“Les va a ir muy mal, hipócritas, ruines.”

Claudia Sheinbaum

Con un poco de curiosidad podemos buscar denominadores comunes en la política, tal como lo hacíamos en los quebrados.

No es difícil. En los últimos meses la retórica de las autocracias tiene algo en común: el odio. Vladimir Putin siembra el odio a Occidente entre los rusos con mentiras tan enormes como la lucha por “desnazificar” a Ucrania. Con falsedades tan grandes como decir que Occidente quiere despedazar a su país. 

En un extremo espeluznante, un presentador de televisión explica cómo Rusia puede desaparecer del mapa con un cohete de múltiples ojivas nucleares a Inglaterra. O destruirla con una súper bomba atómica lanzada desde un submarino “que provocaría un tsunami con olas de 500 metros suficientes para no dejar vida en muchos años”. 

La burda amenaza es para complacer al tirano Putin y sembrar odio entre rusos e ingleses. Lo que no dice el fanático es que Rusia, por más grande que sea, tampoco sobreviviría una guerra nuclear. 

En nuestro país tuvimos la cosecha de esa siembra. Después de que la oposición paró la contrarreforma eléctrica, los de Morena comenzaron a insultar a los contrarios con el adjetivo de “traidores”. Llevamos tres años y medio de odio, descalificaciones y división. 

Una buena campaña de Vamos X México sería la de sembrar concordia, unidad y el proyecto de una nación para todos, en beneficio de todos. 

Mientras buscaba información sobre Cuba, brincó el sitio oficial de su gobierno con los temas del día. La nota principal es sobre las celebraciones del primero de mayo. Raúl Castro y Miguel Díaz Canel mencionan la “resistencia” y todos los rollos de la lucha antiimperialista. La nota pudo ser escrita hace un año, dos o sesenta. El discurso de odio sigue vigente, es el recurso y el método para someter a los once millones de isleños.  

Ese común denominador de odio a enemigos reales o inventados también lo tiene Kim Jong-un, de Corea del Norte, Nicolás Maduro, de Venezuela y Daniel Ortega, de Nicaragua. 

Otro denominador común de estos autócratas es que siempre llevan a sus pueblos al sufrimiento y a la miseria. Ninguno de sus países logra prosperidad, paz y desarrollo. Al pueblo ruso le esperan años de empobrecimiento, aislacionismo y desprecio de la comunidad internacional. Putin, enfermo de parkinson y de odio, se ha convertido en el criminal del siglo. 

A México tampoco le ha ido bien con el discurso de la división y el enfrentamiento. La administración elimina la confianza y el sentido de unidad nacional, ideales para la inversión, el crecimiento y el desarrollo. Un gobierno peleado con periodistas, feministas, empresarios, servidores públicos y la clase media, no puede funcionar. 

Hace tiempo pregunté a Enrique de la Madrid por qué no era un opositor más crítico. Dijo, con sabiduría, que su discurso y la narrativa de su campaña sería de construir y no de confrontar. Contrasta con la semanal aparición de Ricardo Anaya quien siempre se refiere a López Obrador con sincero odio. El panista tiene razón en estar molesto porque lo persiguen y lo tienen exiliado. Pero, con la claridad que expone problemas, podría iniciar un discurso de unidad y esperanza.

La guerra es una tormenta impredecible. Puede amainar o estallar en un conflicto mundial. México no tiene forma de influir en mucho sobre esa desgracia externa pero puede parar el temporal interno. La oposición tiene esa alternativa porque no nos imaginamos que los de Morena puedan cambiar si no cambia su líder. 

 

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