El sábado llegó un mensaje de voz de un chofer de paquetería: no hay diésel en varias gasolineras de la carretera León-Celaya. En algunas estaciones hay entregas intermitentes de Pemex y el combustible escasea. De inmediato recordamos el arranque de sexenio en enero del 2019, cuando hubo una mala planeación en la importación de gasolina. 

El Gobierno federal quiso disculpar a la paraestatal con el argumento de que estaban combatiendo de una buena vez al huachicol. Nunca había sucedido. Ahora el problema es mundial. El diésel es el combustible más escaso según expertos de Bloomberg,  por eso tenemos miedo de que el país pueda enfrentar de nueva cuenta los problemas de hace tres años. Varios factores pueden influir: la Secretaría de Energía limita a los importadores privados y amplía la tarea a Pemex; el subsidio pesa cuando el también llamado gasoil valdría 30 pesos por litro y se vende en 23. 

Aunque el Gobierno afirma que se ha reducido la compra de diésel al extranjero, el Inegi publica que aún importamos 600 millones de dólares en marzo. La refinería de Dos Bocas dista mucho de estar lista para julio como lo prometieron y no es difícil que haya vivos que exporten nuestro combustible subsidiado a otros países como se hacía con el diésel marítimo.

Nuestra dependencia de los Estados Unidos es tal, que si hubiera un “atorón” o tortuguismo de las empresas del norte para exportar, podrían parar al País en pocos días. A diferencia de otros países, México apenas cuenta con reservas para menos de una semana. La guerra subterránea contra la inversión extranjera la podemos ver en decenas de gasolineras ya instaladas que no pueden iniciar porque “les falta permiso”. Un despropósito económico cuando el País grita la urgencia de inversión. 

Cuando inició el sexenio, tuvimos una caravana de centroamericanos, haitianos, cubanos  y hasta ciudadanos africanos que ingresó al país por el sur para llegar a Estados Unidos. Donald Trump, con su estilo de pega primero y luego averiguamos, puso una fecha para detener esa caravana. Amenazó con imponer aranceles a todas las exportaciones mexicanas que empezaban en un 7%. De inmediato México movilizó a la Guardia Nacional para “atender el problema”. 

Joe Biden es menos visceral y más racional, además de ser una buena persona, por eso no hemos visto ni escuchado amenazas al país por el apoyo a los aliados de Rusia como Cuba, Venezuela y Nicaragua. Cuba condecoró al presidente López Obrador y Rusia puso medallas al presidente del Congreso de Cuba, Esteban Lazo. En un momento de alta sensibilidad política por la guerra, jugaría mejor para México una actitud prudente, discreta. La estridencia nacionalista en defensa de tiranos y dictaduras no viene bien con la época en que hay un monstruo del tamaño de Hitler bombardeando a Ucrania con amenazas de ataques nucleares. 

El País tiene demasiados problemas como para comprar otros gratis. Es una ingenuidad pensar que la prioridad es descomponer una reunión latinoamericana organizada por nuestro vecino. Si salimos del ánimo del embajador Ken Salazar, quien ha tenido una postura empática con López Obrador y con el canciller Ebrard; si perdemos la simpatía de Joe Biden -quien de hecho está abriendo puertas a Venezuela y a Cuba-, el País pierde. Nuestra economía depende de que tengamos una buena relación con nuestro mejor cliente, socio y vecino. No hay que pasarnos de ingenuos. 

 

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