“Esto no se acaba hasta que se acaba”

Yogi Berra

 

Dos vacunas, dos refuerzos y el COVID-19 llega de no sabemos dónde. Después de dos años y tres meses arriba a casa como un resfriado con cansancio y algo de fiebre. Nos confiamos, tal vez en un restaurante o en un aeropuerto poco antes del cuarto piquete. 

Gracias a la vida es la cola de la casi última oleada. Nada dramático. Sólo la penuria de recordar a familiares y amigos que ya no están aquí porque no alcanzaron la inmunización o el bicho fue duro y oportunista con ellos. 

Desde el espejo retrovisor del tiempo vemos que la epidemia golpeó duro a México porque no estábamos preparados y porque los “detentes” no sirven y los cubrebocas, sí. Porque “abrazarse y salir a comer” era la peor recomendación mañanera. 

¿Por qué 66 mil muertos, que serían una “catástrofe”, se convirtieron en medio millón? El libertinaje individual (que no la libertad) y la falta de una política pública sensata se tradujeron en desolación. La autoridad dejó la protección a los ciudadanos. Porque “no iban a imponer nada”. Al estilo de los peores gobiernos neoliberales o ultraderechistas como el de Donald Trump. Una paradoja. 

País por país, podemos leer las cifras y las estrategias de quienes tuvieron el mayor grado de eficacia frente a la pandemia. Australia es ejemplo, Estados Unidos no pudo por ese mismo libertinaje individual, la ignorancia incomprensible de conspiracionistas y la ineptitud de Trump desde el principio. 

China se metió en la idea de la encerrona completa y logró contener la infección con el sacrificio increíble de cientos de millones de personas en cuarentena. Sólo un régimen fuerte y autoritario pudo controlar a mil 400 millones. Sacrificaron todo cuando a principios de año el Ómicron entró a tierra desde algún país lejano. Rebote de la cepa Alfa que surgió en Wuhan para darle la vuelta al mundo, donde llegamos a 6.3  millones de fallecidos y complicaciones económicas para los más débiles. 

Volteamos al parabrisas para emprender de nuevo las batallas pendientes. Aparecen los demonios de la violencia, la inflación, y en un descuido, la recesión. Desde el poder mandan “al carajo” a quienes defienden a los médicos mexicanos, a quienes nos atrevemos a pensar distinto. Un remolino marino, un “maelstrom” opositor, comienza a girar en las aguas de la oposición. Muchos no lo ven porque hay una pantalla llamada popularidad presidencial. En las redes se siente, se percibe una escisión política. 

Vemos extrañas figuras apodadas “corcholatas” abriéndose cancha los fines de semana para obtener la candidatura presidencial de Morena. Son cuatro. Tres precandidatos “oficiales” y uno rebelde que ni a corcholata llega. Al igual que en la época dorada del PRI, esperan el destape, la bendición del supremo. Da pena que no haya reglas claras para cualquier morenista. 

Si el COVID-19 tuvo que ver con el desquiciamiento de líderes como Vladimir Putin, el costo de la enfermedad sería exponencial y más peligroso que la epidemia. Una afectación post COVID-19 en la mente del tirano ruso podría acabar con el mundo si hay un error de cálculo de Occidente. 

Por lo pronto quisiera mantener la cordura y no divagar demasiado como efecto secundario de la infección. Un encierro viene bien para sentarse a pensar, revisar mensajes, leer, escribir y trabajar mucho, algo que era imposible en las primeras oleadas de la pandemia.  

Hablando de divagaciones, ¿qué tal Salomón Chertorivski diputado de la CDMX?, poco conocido pero muy talentoso. Hay muchos mexicanos que pueden competir en 2024. Muchos más de los que imaginamos. 

 

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