Con la elección del domingo, el PRI pierde parte de lo poco que le quedaba. Pudo conservar parte del poder en Aguascalientes y Durango, donde fue en alianza con el PAN y lo que queda del PRD. Morena gana y avanza con cuatro triunfos. 

Pudimos ver cómo la fuerza del gobierno apoyó a sus candidatos “oficiales”. Un regreso al pasado presidencialista, el clientelismo social y pactos con grupos de poder local. Un militante de la oposición decía con tristeza, cómo es posible que haya ganado Morena con todo lo que pasa en el país. 

Después de un rato de pensarlo con calma, lo que sucedió no fue un triunfo del partido en el poder sino una derrota de los gobernadores que no cumplieron con las expectativas de la población. La esperanza de un cambio y del apoyo federal cuentan mucho en una elección, sobre todo cuando los beneficios en efectivo provienen de programas federales. 

Morena, con las prácticas electorales de antaño, retoma el lugar que tenía el PRI. La intentona de controlar al órgano electoral es parte de ese regreso al pasado donde un Manuel Bartlett se podía dar el lujo de decir que “el sistema se había caído”. Antes el apoyo perpetuo venía de los campesinos y sus ejidos, los sindicatos adheridos al sector obrero del tricolor y a empresarios y profesionistas que poblaban la Confederación Nacional de Organizaciones Populares. 

Para que Morena conserve el poder durante algunos sexenios, como lo pudo hacer el PRI, tendrá que cambiar en algo y adaptarse a una nueva ciudadanía joven y demandante. Pero no tiene que hacer mucho más, por la falta de vocación democrática de la oposición. 

El PAN tuvo la oportunidad de transformar a México sin odio ni violencia durante dos sexenios. Ni con Vicente Fox ni con Felipe Calderón cambió el sistema político a fondo. Los dos panistas pudieron transformar al país y no lo hicieron, por miedo, incompetencia o simple desidia. Ahora deben estar arrepentidos porque sus errores trajeron de nuevo al PRI (uno-Peña) y al PRI (dos-López Obrador) con todas las lacras históricas que habían prometido erradicar. 

Jamás cambiaron las prácticas corruptas del PRI, ni llevaron a los “peces gordos” al banquillo de los acusados, ni lucharon por combatir la impunidad. Siguieron administrando la buena marcha económica que les heredó Ernesto Zedillo y las bondades de una alta producción petrolera que mantenía en buena parte al Gobierno federal y entregaba recursos sin sentido a los estados. 

¿Dónde hay un gobierno ejemplar en el país?, ¿dónde podemos encontrar un partido que fomente la participación ciudadana entre elecciones y forme cuadros para la democracia interna con votaciones  primarias? A todos los gobernadores les conviene mandar sobre el partido, tenerlo como instrumento electoral y ser ellos el gran dedo que ponga a sucesores. 

Lo curioso es que la división de poderes tampoco se da en los gobiernos de la oposición. El gobernador señala el camino para el líder de su congreso y “sugiere” un presidente de su tribunal estatal. No es falta sólo de ellos, sino de la cultura política heredada del antiguo PRI. Pero no se crea que periodistas, empresarios, profesionistas y otros sectores somos ajenos a ese legado. Dicen que todo mexicano lleva un pequeño priísta en el fondo de su corazón. ¿Será?

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