Cuando el PRI dominaba las elecciones y todo mundo esperaba el cambio sexenal, la discusión no era si la oposición tenía oportunidad de ganar. Todo giraba alrededor del destape. La “grilla” estaba centrada en los secretarios favoritos y cercanos al presidente.

El mandatario conservaba el secreto, no podía confiar ni a su esposa la decisión. Solo enviaba señales que en ocasiones eran cortinas de humo para distraer, para jugar con sus colaboradores. Cuando llegaba la fecha, llamaba al presidente del PRI y le informaba con solemnidad que había interpretado la voluntad popular para que el partido eligiera a su candidato preferido. 

En ese momento comenzaba la transición sexenal. El afortunado podía sentir la seguridad del triunfo y su campaña era una de reconocimiento nacional, más que de lucha política. El ocaso del sexenio comenzaba. Los conflictos entre presidente y candidato fueron comunes. Cuando Luis Echeverría pidió en Michoacán un minuto de silencio por los caídos el 2 de Octubre en Tlatelolco, el presidente Gustavo Díaz Ordaz se montó en cólera y amenazó con descarrilar la campaña. 

Lo mismo sucedió con el famoso discurso de Luis Donaldo Colosio en el monumento a la Revolución, cuando dijo que México tenía sed de justicia. Carlos Salinas de Gortari expresó su descontento que al tiempo le valió la sospecha de haber participado en el atentado contra el candidato. Eso jamás sucedió porque el más dañado, después de Colosio, fue el propio Salinas, sin embargo, nunca pudo quitarse de encima la sombra de la sospecha. 

López Obrador abrió la puerta de la sucesión con sus llamadas “corcholatas”. Quiere ser el gran elector. El regreso a la práctica priísta de siempre tiene sus bemoles. De los cuatro punteros en Morena, (Claudia, Marcelo, Ricardo y Adán) al menos dos están dispuestos a desafiar un dedazo. Eso dicen de dientes hacia fuera. Si el Presidente conserva todo el poder como los tlatoanis del PRI, nadie saldrá del huacal, salvo que quieran terminar aplastados con una denuncia penal o algo semejante. 

El logro de AMLO es convertirse en el “gran destapador”, como en los mejores tiempos del autoritarismo tricolor. Llamará a Mario Delgado, líder de Morena, y le dirá con solemne seriedad: el pueblo de México desea que la continuadora de nuestra Cuarta Transformación sea&

Si la oposición no concreta -con urgencia- un pacto para iniciar la campaña desde ¡hoy, hoy, hoy! (como dijera Fox), regresarán al basurero de la historia, derrotados y apaleados. Los 20 años de alternancia serán un círculo, un retorno al país de un sólo hombre y al destino de espectadores que teníamos hace tres décadas. 

El PRI no podrá resucitar con los tres colores de la bandera; lo hará con el color de Morena y los principios populistas de la Revolución Mexicana convertida en una mítica cuarta transformación. Las dádivas no serán tierras ejidales sino pensiones y becas. La narrativa del gobierno protector y asistencial impedirá el crecimiento y la movilidad social. Hasta que llegue el momento en que no haya dinero suficiente para cubrir el pago de tanto compromiso y entremos en una espiral inflacionaria como sucede con Argentina o Turquía.  

Si la oposición espera un desenlace distinto, donde la economía y la precariedad social sean tan agudas que la gente pierda la esperanza en Morena, tendría que esperar seis años más. El crecimiento regresa y en Hacienda está Rogelio Ramírez de la O., un economista responsable que hará viables los próximos 24 meses. AMLO seguirá

predicando en la mañanera y la mitad de quienes no lo quieren, pensarán que con Marcelo las cosas podrían mejorar.

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