Los actuales conflictos armados, efectos del clima, pobreza y contingencias sanitarias están condicionando crisis humanitarias con carácter masivo, que están poniendo a millones en riesgo de padecer hambre.
Estas “hambrunas modernas” son causadas por situaciones inusuales de impedimento o condicionamiento del abastecimiento por intervenciones puntuales de las sociedades, que afectan el libre movimiento de personas y suministros, siendo generadores de vulnerabilidad en especial en poblaciones susceptibles (como los menores de edad). La falta de certeza en el aseguramiento del abasto se traduce en malnutrición y muerte, además de consecuencias de por vida para las personas quienes tienen obstáculos en salud y desarrollo.
Hay que entender que esta crisis está condicionada mayormente por injerencia humana, en la que los grupos en contienda están destruyendo o afectando infraestructura, cadenas de suministro y abastecimiento y obligando a las personas a desplazarse de sus lugares de origen (lo que cobra mucha importancia por ejemplo en los agricultores o ganaderos), con la consecuencia de hacer cada día más complicado para las personas el acceder a alimentos y agua limpia.
Esto es importante, puesto que cuando pensamos acerca de la “carestía” lo hacemos solamente pensando en comida, sin embargo, esta crisis actual no solamente afecta a los alimentos sino que se relaciona de manera importante con la falta de agua y acceso a servicios de salud (en especial los de prevención y tratamiento). Este binomio de alimentos y disponibilidad de agua segura es fundamental, puesto que no importa cuánto coma una persona si es que el agua que bebe no es segura o en cantidad adecuada. Condiciones como la diarrea, evitan que los nutrientes puedan ser utilizados para una adecuada supervivencia condicionando malnutrición, que tiene como consecuencia la vulnerabilidad para enfermedades de otrora poco riesgo.
De la misma manera, el aumento en los precios de los alimentos, consecuencia de la transformación económica originada por los conflictos antes mencionados, se está volviendo un asunto de profunda seriedad, puesto que los insumos básicos alimentarios están sufriendo elevaciones sustantivas en su costo y existe poca disponibilidad. Es de hacer notar que la inflación tiene un impacto directo y masivo en los ingresos, la nutrición y salud de las poblaciones, en especial en aquellos más desprotegidos, es decir, los pobres. El hecho de tener que destinar la mayor parte del ingreso a la necesidad básica de alimentarse, impide de manera sustantiva cualquier otro tipo de desarrollo personal y familiar, condicionando realidades que permanecen de por vida.
Sin un afán alarmista, se está gestando la tormenta perfecta: cada día existen más personas padeciendo hambre mientras que los graneros mundiales y principales productores del planeta se mantienen en afrenta y estamos ante movilizaciones y migraciones masivas que condicionarán multitud de conflictos a nivel internacional, afectando lo anterior de manera sustancial a la seguridad alimentaria del mundo. Ya son notorias la escasez de trigo, maíz y aceites y otros productos están en la antesala del desabasto. Si no se realizan acciones para atender esta problemática de trascendencia primordial para la raza humana, tendremos hambruna en multitud de países y regiones, recordando que el hambre es un desestabilizador muy eficiente.
La carestía, el desabasto y la hambruna no se producen de manera espontánea o inesperada, sino que son productos de meses o años incluso de procrastinación, falta de acciones e inadvertencia de riesgos y amenazas. Son el producto agónico de políticas públicas ineficientes y una total indiferencia de autoridades y quienes ostentan el poder. Es momento de tomar cartas en el asunto en nuestro país. Queda poco tiempo.
Dr. Juan Manuel Cisneros Carrasco, Médico Patólogo Clínico. Especialista en Medicina de Laboratorio y Medicina Transfusional, profesor de especialidad y promotor de la donación altruista de sangre