Muchos están preocupados por el giro político de Latinoamérica hacia gobiernos de izquierda. En Colombia, el péndulo de la votación a favor de Gustavo Petro pasó en apenas dos décimas la voluntad de la derecha del empresario Rodolfo Hernández. La angustia de ver a la vecina Venezuela despeñarse en manos de un dictador de poca monta como Nicolás Maduro es real. Pero también es de terror la asonada de la derecha trumpista en Estados Unidos cuando quiso dar un golpe a la democracia el 6 de enero del 2021.
El problema es la “tentación totalitaria”, como dijera el ensayista e intelectual francés Jean-Francois Revel. La democracia estará siempre en peligro cuando desde el gobierno los líderes piensen que merecen todo el poder por la buena o por la mala. El totalitarismo no tiene geometría en la derecha o la izquierda. Cuba pasó del dictador de derecha Fulgencio Batista a la tiranía comunista de Fidel Castro. Venezuela se descarriló con el populista Hugo Chávez quien heredó el poder a Nicolás Maduro.
Lo más sorprendente ha sido la narrativa del intento de golpe de estado en los Estados Unidos con la turba radical incitada desde la Casa Blanca por Donald Trump cuando no aceptó su derrota. Surge incluso la idea de que el propio ex vicepresidente Mike Pence, estuvo en peligro de morir atacado por la turba.
El resultado más grave del totalitarismo de principios de siglo lo tenemos en Rusia, un país víctima de Vladimir Putin. Después de 22 años de gobernar se enferma y arremete contra Ucrania y amenaza al mundo con usar armas nucleares. Putin no es de izquierda o derecha, simplemente usa el más anacrónico nacionalismo ruso para tratar de justificar sus crímenes. Lo peor es que hasta la iglesia Ortodoxa lo apoya.
En México, el autoritarismo tenía un límite de seis años. Plutarco Elías Calles quiso prolongar su mandato en los años 30 a través de sucesores hasta que llegó Lázaro Cárdenas y lo quitó del camino dando institucionalidad a la no reelección. Gracias a ello hoy no dudamos de que los presidentes se van a casa y pierden el poder.
El sistema mejoró con la alternancia en el año 2000, cuando Vicente Fox logró un limpio triunfo en las urnas y Ernesto Zedillo ayudó al cauce democrático del país. Pero la tentación autoritaria permanece en movimientos como la 4T. Si alguno de los candidatos de Morena gana la elección del 2024, jamás bautizará su sexenio como la segunda parte de esa llamada transformación. Ni siquiera Claudia Sheinbaum querría someterse al hilo político de López Obrador. Ya en la silla del poder, el nuevo presidente vería señales surgidas del rancho “La Chingada” de Tabasco. Si la oposición triunfara por algún azar del destino, el presente sexenio quedaría borrado en el basurero de la historia.
El peligro no son las izquierdas o derechas sino los líderes totalitarios que pervierten la democracia y se convierten en autócratas. En México hubo presidentes que se consideraban de izquierda como Adolfo López Mateos (no lo fue en realidad) y de derecha como Gustavo Díaz Ordaz. Luis Echeverría fue un tipo que decía ser de izquierda pero reprimía como el peor dictador de derechas. José López Portillo fue el último presidente estatista y le siguieron 36 años de gobiernos de derecha. Cuando llegó López Obrador al poder el terror era convertirnos en Venezuela. No será así. Por fortuna las instituciones resistirán y la democracia prevalecerá sobre cualquier intento autocrático.