Para destruir a México se requiere de una sociedad apática, anestesiada, indolente que no se indigne al ver colgados cadáveres de personas de los puentes peatonales, que escuche las noticias de las masacres como parte de la información deportiva, que no proteste en las calles porque asesinan a un mexicano cada 15 minutos, que no se duela por la muerte de miles de niños enfermos de cáncer fallecidos por la ausencia de quimioterapias. Se necesita la existencia de una comunidad que no se conmueva por el asesinato de 10 mujeres al día, que no se alarme por la desaparición de decenas de miles de ciudadanos, que no promueva plantones o paros nacionales por la quiebra de 1,500,000 pequeñas empresas, que no proteste por la inseguridad, que no enfurezca por la falta de medicamentos ni por la extinción del Seguro Popular ni se desespere por el desempleo masivo ni por el disparo de la informalidad ni se inconforme por el surgimiento de 5 millones más de pobres incapaces de pagar la renta, las colegiaturas o hasta los alimentos. En fin, que no se preocupe, salvo a la hora del café, por el fallecimiento de 750,000 mexicanos víctimas de la irresponsabilidad sanitaria del Gobierno durante la pandemia y, que, a pesar de todo, continúe votando mayoritariamente por Morena.
Para destruir a México se requiere volver a una fusión de poderes federales en una sola persona, y desaparecer los organismos autónomos garantes de la democracia y de los derechos ciudadanos. Se debe facilitar la penetración del narco en todos los niveles del gobierno, además de comercios, industrias, congresos locales y gubernaturas y que la mayoría de los legisladores federales y locales sigan traicionando a sus electores votando leyes divorciadas de los deseos de sus representantes, traición imitada por los líderes sindicales que guardan silencio ante el despido masivo de sus agremiados.
Para destruir a México resulta imperativo desperdiciar el escaso ahorro público en obras suicidas faraónicas o en un banco también fundado para quebrar. Se requiere de un sector empresarial acobardado y acomodaticio y de una estrategia política diseñada para ahuyentar a la inversión nacional y a la extranjera, así como de entorpecer el arribo de miles de empresarios creadores de empleados que disfruten de un Seguro Social, de una cuenta en el INFONAVIT, de una pensión y de ahorros en una Afore, para impedir la expansión de una masa de pobres “franciscanos”, sin derechos laborales, dependientes de las dádivas de la 4T decidida a desmantelar los sistemas educativos y los apoyos a la cultura.
Se impone subsidiar el precio de las gasolinas, en lugar de mejorar los servicios de salud, entre otros rubros prioritarios, así como acabar de enterrar el aeropuerto de Texcoco con todo y su derrama económica anual de decenas de miles de millones de dólares.
Para destruir a México se debe crear una atmósfera hostil en contra de los inversionistas de Estados Unidos y Canadá, nuestros socios comerciales y violar, hasta donde sea posible, el T-MEC para provocar el estancamiento económico, la fuga de capitales y luego de personas, como aconteció en Cuba y en Venezuela. Debe entenderse que mientras más mexicanos huyan a EU, más crecerán las remesas, más beneficiarios creerán en un mundo irreal sin dolerse del desempleo, de la inseguridad y de la inflación. ¿Qué sería de México sin los 60,000 millones de dólares de remesas que arribarán este año a nuestro país? Para destruir a México ha sido muy útil la cancelación de las estancias infantiles y las escuelas de tiempo completo, en donde las madres de familia depositaban a sus pequeñitos para ser educados y alimentados, mientras ellas trabajaban para ayudar al sostenimiento de sus familias.
Para destruir a México se debe impedir, entre otras razones, la construcción de un Estado de Derecho al que podrían recurrir televisoras y radiodifusoras, entre otras empresas, al ver amenazadas sus concesiones de llegar a difundir los horrores de la realidad nacional entre los sectores de muy escasos recursos.
La estrategia diseñada para destruir a México la estamos cumpliendo todos al pie de la letra. Aquí no se salva nadie. ¿Quién es inocente?