Esta semana el presidente AMLO arremetió con toda la fuerza y los recursos del Estado mexicano, en contra -primero de nuestro querido Javier ‘El Pato’ Ávila, misionero jesuita en la Tarahumara y compañero del ‘Gallo’ y ‘Morita’, los dos mártires asesinados la semana pasada, y quien afirmó en la homilía de cuerpo presente, que “ya no nos alcanzan los abrazos para tantos balazos”- y después contra la iglesia católica.
La respuesta del Presidente fue dura y directa, para atacar primero a los jesuitas y después a la iglesia en su conjunto. Cantidad de amigos de la “iglesia de los pobres” se pronunciaron en contra de AMLO, quien persiste en su actitud existencial de atacar a cuanto prójimo tiene enfrente con odio desde el poder.
AMLO como Presidente ha atacado a los médicos por cobrar las consultas, a los arquitectos por recibir honorarios para construir, a los “clasemedieros” por aspirar a una mejor vida, a quienes salieron becados al extranjero a estudiar o a quienes son judíos. Descalifica y ofende a quien en aspiración legítima tienen una profesión o una empresa. Sin conocer el mundo del trabajo y del emprendimiento o del esfuerzo académico por realizar estudios universitarios, AMLO denigra y señala a un sector importante de la sociedad que tiene el motor del trabajo honrado y de la superación colectiva movidos por el hambre del conocimiento.
¿Qué ser humano puede atacar y descalificar a todas horas a su prójimo y al mismo tiempo hablar de humanismo? ¿Quién se cree AMLO para poder afirmar a diario en su soberbia que sólo él tiene la verdad y quienes no están con él, viven en el error? Es una soberbia mayúscula la que tiene el Presidente. Descalifica llamándoles “hipócritas”, con su furia política a miles de sacerdotes y monjas que han dado su vida junto a quienes menos tienen en trabajo no solo pastoral sino de organización popular. Calificar a la iglesia como hipócrita en su conjunto, -en esa idea que tiene AMLO de que “nosotros somos distintos”-, no solo es enfrentar y abrir más frentes de agresión y odio, sino que sigue reduciendo sus márgenes de acuerdos y concordia que tanto requiere México. La iglesia católica ha tenido y tiene, cantidad de complicidades con el poder y el dinero, pero en su conjunto, representa a obras sociales y educativas que realizan una labor formidable que el Estado mexicano no ha podido realizar.
Particularmente, los jesuitas tienen una labor de siglos en el mundo y en la Tarahumara, con testimonios de vida de los que muchos damos cuenta, como para que el Presidente AMLO les descalifique y agreda; si alguien en la iglesia ha estado del lado del pueblo, son ellos. Me entristece y violenta que Andrés Manuel siga perdiendo el piso, olvidando la posibilidad de conducir a un País en crisis con la fuerza de la concordia, a seguir la ruta de la división y el odio, sin la capacidad de poder hacer el menor ejercicio de autocrítica. Esta semana se expresó no solo la autoridad católica por medio de la Conferencia del Episcopado sino también Gerardo Moro, ex rector del Lux y ahora Provincial jesuita. La molestia es enorme por las agresiones de AMLO al trabajo de entregar la vida al servicio de los demás que tienen los jesuitas.
Su sexenio acaba. El País está en el suelo y en el 2024 Morena ganará la Presidencia de la mano del ejército y del narco y perderemos la oportunidad de construir con consensos, el País que tanto anhelamos donde, quepamos todos, aún los distintos. Las mayorías reciben millones de dádivas en una estrategia priista que les convierte en votantes cautivos perdiendo la oportunidad de formar capacidades comunitarias. El PRI, el dinosaurio colosal que “cuando despertó estaba ahí”, mutó para revivir concentrando como en el peor momento de su vida, el poder en partido monolítico y en un hombre que perdió su capacidad de unión, para atacar y desaparecer a sus adversarios políticos.
El calificativo de “hipócritas” a la iglesia y a los jesuitas, no es solo en mi opinión, una muestra de la paulatina pérdida de contacto de AMLO con la realidad, sino que refleja una estrategia equivocada donde calcula que esto le genera más popularidad y poder. Quien fuera un líder social canalizando el clamor popular de quienes buscan una sociedad más justa, es hoy un autócrata que siente el derecho de ofender la vida de los demás y atacar a sus opositores con todos los recursos del Estado mexicano.
* Consejero local del INE