Setenta y un años más el largo sexenio de Peña Nieto fue la experiencia que tuvimos del PRI en este maravilloso País. En textos de historia, en narrativas familiares, en los expedientes del saqueo a la Patria, está la evolución de este dinosaurio, del Ogro Filantrópico, que nos gobernó setenta y siete años en esta historia moderna que arrancó con la institucionalización de la Revolución Mexicana, el primer gran movimiento social del siglo XX.
Desde la izquierda democrática redactamos con sangre y represión, el trayecto de un modelo político enormemente eficaz que fue calificado por Vargas Llosa como la “dictadura perfecta”, conteniendo allí un diseño corporativista que originalmente se basó en los mejores preceptos del movimiento armado de 1910 y sus anhelos de libertad y de justicia. Formo parte de los baby boomers mexicanos que vimos cómo nuestros padres eran movidos a la votación por el partido único, el monolítico que dominaba la totalidad de la vida nacional. Sabíamos de los resultados de las elecciones antes de que éstas se realizaran, pues se simulaba el juego electoral y desde los tres sectores, el obrero, el campesino y el popular, se controlaba toda la dinámica social.
El PRI, el Partido Revolucionario Institucional, antes PNR y PRM, logró retener para sí el gobierno de México desde el sexenio de Plutarco Elías Calles, controlando el Congreso de la Unión, la Presidencia de la República e incluso el Poder Judicial, hasta Ernesto Zedillo que reconoció la caída. Fundado en 1929, entendió cómo controlar al pueblo con dádivas y con un partido monolítico. Sus mutaciones organizacionales dejaron intacto el gen de la corrupción que le dio origen: las familias revolucionarias que transmitían por dinastías el poder y que en lo local permitían cacicazgos que funcionaban en periodo electoral y para el control de la oposición. Lo sabía y aprendió muy bien Andrés Manuel López Obrador, quien después de ser Presidente del PRI en Tabasco, denunciaba que los programas sociales eran el mejor control de las voluntades de los más pobres.
En el 2000 con la transición democrática en la victoria de Fox junto al “voto útil” de parte de la izquierda, nacía la esperanza de que, por fin, el PRI nos haría olvidar décadas de rapiña y corrupción. Ser partido único en tiempos de bonanza económica, había generado fortunas y redes de poder que tardarían años en desaparecer. Ni las crisis de los años setenta con el populismo de Echeverría y la catástrofe financiera provocada por López Portillo, fueron suficientes para que el pueblo echara del poder al PRI. El dinosaurio tenía vida plena en todos los rincones del País. Había tejido alianzas con el poder económico y su falso discurso nacionalista cautivaba todavía a votantes junto con la entrega de apoyos sociales directos a través de los padrones de beneficiarios en las zonas marginadas.
Pero en el 2012, la sociedad mexicana cansada de 12 años con gobiernos panistas que decepcionaron en su manera de ver a las mayorías, se tradujeron en hastío y éste, en el anhelo de que el dinosaurio priista volviera. Parecía que México pedía que regresara el secuestrador. Peña Nieto encarnaba a ese cachorro priista que, salido de la pantalla de televisión, pedía la oportunidad de regresar el tiempo a atrás, para que el PRI evitara que la izquierda nos gobernara y el País entrada en la crisis provocada por el populismo que prometía López Obrador. Pero el pueblo votó y se equivocó de nuevo: Peña Nieto mostraba el rostro del País de las minorías, de los privilegios, de la indolencia hacia las mayorías.
Ese sexenio de la rapiña, el imaginario colectivo volteó hacia quien en dos ocasiones sucesivas había prometido un modelo alternativo del País. Así, AMLO y Morena obtuvieron la victoria. Parte por el hartazgo ante la corrupción y la indolencia hacia las mayorías y parte, porque la propuesta y discurso popular y populista no había sonado antes en la historia reciente. Con la derrota del 2018, el PRI se colapsó en forma definitiva. De sus filas, ante el naufragio, saltaron muchos para salvarse en Morena. Quedaron historias y algunos cacicazgos regionales que fueron bien ensamblados en la maquinaria “morenista”. El dinosaurio, ya sin el alimento del poder y del dinero, comenzó a dar signos de muerte perdiendo elecciones y siendo reducido a una historia de la que muchos no queremos acordarnos. Hoy, cuando el dinosaurio despertó con “Alito”y su hablar soez, espantado, se dio cuenta de que ya no está allí.
* Consejero local del INE