“La rebelión sin la verdad es como una primavera en un desierto sombrío y árido”. 

Jalil Gibrán, La visión

 

En una de esas revueltas que generan aplausos fáciles de algunos, miles de manifestantes protestaron el fin de semana pasado en Sri Lanka, un país insular en el océano Índico, por las alzas en los precios y provocaron la renuncia del presidente Gotsabaya Rayapaksa. La turba invadió la residencia presidencial, se acostó en la cama del mandatario y nadó en la piscina, según vimos en imágenes que recorrieron el mundo; también incendió la casa familiar del primer ministro, Ranil Wickremisinghe, quien dijo que renunciaría para dar paso a un gobierno de todos los partidos. 

Fueron muchas las faltas de Rayapaksa y su gobierno, pero el error fundamental, el que ha hecho que se disparen los precios de los alimentos más que en otros países, es una medida impulsada por ambientalistas y gobiernos ricos. Rayapaksa obligó a los agricultores a usar solo métodos orgánicos. En abril de 2021 prohibió los fertilizantes sintéticos y los pesticidas. Solo ese año, la producción de arroz, grano fundamental de la dieta popular, cayó 14 por ciento y los precios subieron 43 por ciento. Si bien el gobierno empezó a recular en noviembre, el daño ya estaba hecho. La producción de té, principal producto de exportación, cayó 15 por ciento anual en enero-marzo de 2022 (Sadanand Dhume, The Wall Street Jourrnal). Esto redujo la capacidad financiera de Sri Lanka para importar alimentos una vez que la crisis por la invasión rusa de Ucrania elevó los precios internacionales. 

Bjorn Lomborg, presidente del Copenhaguen Consensus, una ONG, ha señalado a Sri Lanka como ejemplo de que la “agricultura orgánica” no es “una forma responsable de alimentar al mundo. Debido a que la agricultura orgánica evita muchos de los avances científicos que han permitido a los agricultores aumentar los rendimientos de sus cosechas, es inherentemente menos eficiente que la agricultura tradicional. La agricultura orgánica produce entre 29 y 44 por ciento menos alimento que los métodos convencionales”. Los activistas y gobiernos ricos, sin embargo, han presionado a las naciones pobres para adoptar esa agricultura ineficiente. “En ningún lugar es esta tragedia más notoria que en Sri Lanka”, escribió Lomborg en el Wall Street Journal. 

La situación no solo afecta a Sri Lanka. Los precios de los alimentos también están creciendo en México por factores internacionales, pero el gobierno ha tomado medidas para restringir el uso de productos de tecnología avanzada, lo cual daña la productividad. El presidente López Obrador ha fortalecido la prohibición que ya existía a la producción de maíz transgénico y ha impuesto una nueva al uso del plaguicida más popular del mundo, el glifosato. Estas prohibiciones solo favorecen las importaciones de productos agrícolas estadounidenses, que son transgénicos protegidos con glifosato. 

Juan Cortina, presidente del Consejo Nacional Agropecuario, ha advertido que la prohibición del glifosato puede reducir la productividad del campo mexicano en 30 por ciento. El presidente ha recomendado que los agricultores mexicanos eliminen las plagas manualmente, “con machete y tarpala” (pala), pero simplemente revela ignorancia sobre el campo moderno. 

La prohibición del glifosato entrará en vigor en 2024, por lo que sus efectos todavía no se han manifestado. Sri Lanka, empero, debería ser una lección. Prohibir la tecnología moderna reduce la productividad. López Obrador es un presidente popular, mucho más que Rayapaksa, y no tiene piscina; pero eso no significa que sus medidas no vayan a resultar muy caras. 

Calificaciones

El 6 de julio AMLO festejó la decisión de Standard & Poor’s de ratificar la calificación de deuda soberana de México y pasar la perspectiva de negativa a estable. No ha comentado nada, sin embargo, sobre la baja de la calificación de Pemex y la CFE por Moody’s. 

@SergioSarmiento

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