Tan sólo entrar a Guanajuato por la calle del Padre Hidalgo cambia la frecuencia interna de nuestra alma. La subterránea es una calle irrepetible por la antigüedad de sus arcos, la mirada de sus casas sostenidas por la compresión de siglos, sus contrafuertes dicen que arriba hay un mundo colonial que nos espera para sorprendentes caminatas. 

Guanajuato y su cañada van a otra velocidad, donde el tiempo se detiene en la memoria. Por desgracia, la joya arquitectónica pierde su brillo por la invasión de vehículos que ya no deberían estar ahí, por el escaso mantenimiento y la poca imaginación para rescatarla y darle su valor real. 

Cuando volteamos hacia la montaña, vemos monstruos grises en construcción que manchan el verdor de las faldas del cerro de la Bufa. Miserables intrusos cúbicos que algún burócrata permitió construir a cambio de un beneficio inconfesable. No puede ser de otra manera. Nadie comprende el desamor a su belleza a cambio de un lucro inmobiliario. 

Quienes hemos vivido en la capital, sabemos el entorno de paz y felicidad que contienen esos viejos ladrillos coloniales; esas maravillosas casas decoradas con marcos Art Nouveau en la calle de la Presa. Qué decir de los balcones en las plazas de la Unión y de La Paz, o el misterio desorientador de sus callejones. 

San Miguel de Allende, otro pueblo Patrimonio de la Humanidad, goza de un boom turístico que Guanajuato envidia. Surgen hoteles de lujo de precios insospechados, al nivel de las capitales más caras del mundo. Hoteles de 5 estrellas se alinean para ingresar a ese mercado. Los precios de la tierra y las casas coloniales alcanzan valores de muchos millones de dólares. Los viñedos, un enorme éxito promovido por los gobiernos en los últimos años, pusieron otra faceta a esa joya. Admirable logro. 

Ahora le toca a la capital cuevanense.

Guanajuato en su arquitectura, riqueza cultural, teatros y monumentos, no le pide nada a San Miguel. Lo que urge es descongestionar su vida que está enferma de oficinas públicas improvisadas, con miles de empleados que llegan desde León, Irapuato y otras ciudades a trabajar para las dependencias. 

Se necesita un plan maestro, un proyecto para que en pocos años pueda convertirse en lo que su alma añora: ser la Salamanca de América. Hace 60 años, un gobernante visionario le dio un cambio que hoy disfruta: la edificación de la calle Hidalgo (subterránea), el rescate de la Alhóndiga de Granaditas y la construcción de una blanca entrada que llamamos “Los Pastitos”. 

Luego su crecimiento devoró cerros, contaminó con horribles accesos su ingreso y destruyó el valor de su atractivo turístico. Los precios de un hotel en Guanajuato son de la mitad o menos que los de San Miguel. 

Para lograr su rescate hubo propuestas visionarias hace 30 años. Por desgracia,  políticos mezquinos se opusieron para ganar, mediante engaños, posiciones. La marca de sus “logros” se ve reflejada en Puentecillas y sus alrededores. La convirtieron en un vómito de fierros, ladrillos y basura. 

Mientras el ayuntamiento sueña con museos de momias, la operación de la gubernatura ubica sus esfuerzos desde un moderno edificio en el Puerto Interior. Es más eficaz trabajar desde ahí que cumplir el recorrido al Palacio de Gobierno en la calle de la Presa. 

¿Cómo se puede rescatar Guanajuato?, ¿cómo igualar el éxito de San Miguel de Allende? Con voluntad de hierro, como la tuvo Juan José Torres Landa en su tiempo, no hay obstáculo que lo impida. Pero eso lo veremos con otra perspectiva. 

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