Hace 16 años inició en México la denominada guerra contra el narcotráfico. La estrategia, por ser incompleta, me parecía errónea, pues siempre he creído que el uso de la fuerza, las acciones preventivas y las labores de inteligencia se tienen que complementar con políticas que fortalezcan la base social en las zonas más vulnerables y propensas a la violencia.

Hay una estrategia conocida como Kingpin, que consiste en destinar una vasta cantidad de recursos a la eliminación de jefes criminales. Se basa en la idea de que las organizaciones delincuenciales son verticales y que, por eso, al dejarlas sin quienes las encabezan, éstas se debilitan a tal grado que su reintegración resulta imposible y provoca que la oferta de drogas ilícitas disminuya. Bajo esta lógica, los esfuerzos de las corporaciones de seguridad se deben centrar en retirar a la piedra angular del grupo (en inglés, el kingpin).

Esta visión fue implementada en México desde la década de los 90 hasta hace muy poco. Por eso, la estrategia de pacificación consistía en perseguir y eliminar personas, y no en entender de qué manera se podría prevenir el crimen cometido o atender sus causas. Las consecuencias son hoy visibles, pues los grupos criminales se fragmentaron y la violencia se disparó.

Socialmente se empezaron a crear narrativas al estilo de Robin Hood. Al ser perseguidos por el Gobierno, los kingpin cobraron fama, y en contextos de desigualdad y pobreza -de los cuales provienen la mayoría de ellos- se convirtieron en figuras que lejos de ser despreciadas eran admiradas por parte de la población.

Rafael Caro Quintero, junto con Ernesto Fonseca Carrillo y Miguel Ángel Félix Gallardo, fundó el Cártel de Guadalajara, del que se desprenden un número importante de los cárteles actuales. El primero en ser detenido fue Fonseca (don Neto), en abril de 1985; meses después cayó Caro Quintero, ambos vinculados al asesinato de Enrique Camarena Salazar, agente de la DEA. Cuatro años más tarde, en 1989, Félix Gallardo fue capturado en Guadalajara.

Luego de ellos, es amplia la lista de personajes que han llegado al máximo escalafón del crimen organizado para después ser capturados. Sólo por mencionar a algunos: Joaquín “Chapo” Guzmán, Benjamín Arellano Félix, los hermanos Beltrán Leyva o la Tuta. Es decir, numéricamente la estrategia Kingpin fue exitosa, pero socialmente no sólo quedó a deber, sino que provocó una descomposición mayor que demuestra que las detenciones de líderes criminales no son ni serán suficientes para acabar con la violencia.

Con la llegada del actual gobierno, la estrategia cambió a un enfoque en el que se atienden las causas del delito, a través de una política social robusta que busca fortalecer a sectores vulnerables, y que entiende que la captura de los grandes capos debe estar acompañada por el fortalecimiento del Estado de derecho, en el cual toda persona que viole la ley sea castigada; esto incluye también acabar con las redes de complicidad que existían al interior de las propias instituciones.

El artículo 76 constitucional establece que la revisión de la Estrategia Nacional de Seguridad Pública es una facultad exclusiva del Senado de la República, y por ello actuaremos con responsabilidad, sin dejar de reconocer que la pacificación es uno de los grandes temas pendientes.

Es un hecho que la captura de un generador de violencia es importante, pero debemos ir más allá y profundizar la aplicación de los programas sociales en las zonas de mayor incidencia delictiva, intensificar el trabajo de debilitamiento financiero de las células criminales, fortalecer a la Guardia Nacional y apoyar a nuestros jóvenes, para que cuenten con las oportunidades suficientes que los alejen del camino que cada jefe de jefes tuvo que seguir. 

@RicardoMonrealA

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