La guerra en Ucrania subraya los retos de la compleja transición de combustibles fósiles a energías limpias. Del éxito de la transición depende el futuro de nuestra especie. No exagero. Pero estamos lejos de alcanzar la meta que anhelamos de energías renovables ubicuas.

Los elevados precios del gas y petróleo reflejan la fragilidad de mercados desquiciados por la salida de la oferta rusa, 14% de la total mundial, cuando EU, el mayor productor del mundo, lleva 7 años sin invertir para producir más hidrocarburos. Esto se debe a la enorme presión en contra de que fondos de inversión, billonarios patrimonios de universidades y otros grandes inversionistas institucionales destinen recursos a ese sector, en vez de destinarlos a acelerar el desarrollo de energías limpias.

Las energías eólica y solar enfrentan retos considerables. Para electrificar la totalidad del parque vehicular mundial, se tendrían que generar cantidades de energía eléctrica que hoy no soñamos producir. De paso, hay que revisar de dónde proviene ésta. En 2019, 37% de la electricidad del mundo -diez puntos porcentuales más que la generación total con fuentes renovables- provino de quemar carbón. Y ya ni hablar de que en México se insiste en generar quemando combustóleo, brutalmente contaminante. Además, necesitamos producir 96% de las baterías indispensables, para lo cual ni remotamente tenemos acceso a suficiente litio -y a refinarlo-, a cobalto, grafito, magnesio y a otros minerales que tendremos que minar en grandes cantidades.

Nos guste o no, el mundo requerirá de hidrocarburos por décadas y países como Alemania, que cometió el grave error de cerrar sus plantas nucleares, hoy caen en la contradicción de enviar armas para apoyar la valiente defensa de Ucrania ante la artera invasión rusa, mientras le dan al agresor los recursos para mantener su asalto. Según Bloomberg, Rusia recibirá $285 mil millones de dólares por sus exportaciones de gas y petróleo este año, 20% más de lo que recibió antes del alza en los precios provocada por su propia invasión.

Dado lo anterior, el gobierno francés recogió en el mercado accionario el 17% de las acciones de la empresa EDF, experta en energía nuclear, que todavía no tenía. Buscan utilizar esa empresa como plataforma para incrementar su ya sustancial inversión en energía nuclear.

¿Y dónde queda México? Se vuelve evidente el colosal error de tirar miles de millones de dólares en capacidad de refinación, en vez de apuntalar la exploración y explotación de petróleo y gas que empezó el sexenio pasado. Si volviéramos a producir 3.4 millones de barriles diarios (hoy producimos 1.7), lo cual no es trivial, Pemex recibiría un ingreso bruto adicional de 59 mil millones de dólares al año, suficiente para comprar 50 refinerías como Deer Park.

Era sensato desarrollar nuestra plataforma de producción de la mano de empresas privadas. Hay dos motivos claros. Después del agotamiento de generosos yacimientos como Cantarell, el grueso de nuestras reservas está en el fondo del mar. Pemex no tiene dinero o tecnología para perforar a esa profundidad. No, no les estábamos dando nuestro petróleo a las empresas extranjeras que ganaron licitaciones. El petróleo seguía siendo nuestro, pero éstas arriesgaban su capital extrayéndolo para nosotros.

Tendría también sentido desarrollar nuestra capacidad para extraer gas. Compartimos abundantes yacimientos con el sur de Texas. Esto nos permitiría desplegar, de paso, nuestra industria petroquímica. Hoy importamos gas “seco” de EU, pues sus empresas se quedan con los derivados necesarios para ésta. A diferencia de la gasolina, donde hay decenas de vendedores potenciales, el gas sí pone en riesgo nuestra “soberanía energética”, pues EU nos ahogaría si cierra los gasoductos que nos lo surten, como le ocurre a Alemania con el gas ruso.

Estoy consciente de la nula probabilidad de que este gobierno cambie su incoherente política energética. Pero es importante recordar qué deberíamos hacer y las insólitas oportunidades que seguimos desperdiciando. Simplemente no le entienden.

@jorgesuarezv

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