La campaña que inicia Ismael Plascencia, líder de la Concamin (Confederación de Cámaras Industriales), para lograr la cultura de la puntualidad,  me sorprendió. Primero porque llegué tarde al tema y luego porque los recuerdos se agolparon de personas, eventos y lugares. Déjenme contarles. 

Nuestros hábitos son dictados por dos fuerzas: la formación personal y el entorno. Los mexicanos  tenemos fama de no tomar en cuenta el reloj. Fama desigual para diferentes partes del país porque en el norte la influencia empresarial norteamericana hace que el reloj tenga más importancia que en el sur tropical. En cambio describimos la puntualidad como una virtud “inglesa”. 

En nuestro entorno hay personas que tienen la cortesía de la puntualidad y nos obligan a comportarnos de igual forma. José Luis Rodríguez Esparza, un entrañable amigo que ya falleció, era precisamente puntual. Perdón por el adjetivo pero es que nunca llegaba tarde a ninguna cita. Tal vez la única que llegó demasiado temprano fue la de su dolorosa partida. Con “El Güero”, como le decíamos, uno contaba con su inquebrantable amistad y su presencia siempre a tiempo. 

Nunca le pregunté por qué se tomaba tan en serio esa formalidad pero lo interpreté siempre como  su primer gesto, su primer  mensaje de afecto y amistad. Un lenguaje no corporal ni verbal, sino presencial. Cumplo el compromiso porque te aprecio a tí y tu tiempo. La única forma de corresponderle era con la misma especie. Así pudimos aprovechar todas nuestras reuniones y disfrutar al cien las fechas y eventos que compartimos. 

Hace unas semanas tuvimos una reunión con el cónsul de Japón en León, Katsumi Itagaki, y con mucho tiempo,  tomamos todas las previsiones para cruzar la ciudad y llegar puntuales a la cita. Sabemos que en la cultura japonesa sólo existe la puntualidad. La impuntualidad es desaliño, mala educación y un defecto que termina con la carrera de quien no toma en cuenta el reloj. 

La predisposición de no fallar con un amigo entrañable nos hacía puntuales; el conocimiento de las costumbres japonesas nos obliga a seguir esa formalidad centenaria. Hay amigos y personas conocidas que son  puntuales (aunque a veces son la excepción) y hay pueblos con larga tradición de seriedad. Confieso el defecto de no pertenecer al selecto grupo de los puntuales porque en ese terreno no puede uno ser medio puntual o casi puntual. 

En el pasado, antes de que existieran mil influencers sobre la moda y las buenas costumbres, estaba Pilar Candel. Una señora elegante y de modales refinados que respondía a preguntas del público en televisión. Alguna vez le preguntaron cuánto tiempo era el límite de la puntualidad, es decir, cuánto tiempo debemos esperar a alguien que no llega a una cita.  

Dijo con firmeza: “Lo educado es esperar 10 minutos, si alguien llega después de ese tiempo se rompe el compromiso de la espera”. No sabía que el D.F. de los sesentas se convertiría en una jungla de tráfico impredecible como la CDMX de hoy. A la Sra. Candel le decían la “dama de las elegancias”. En ese distintivo advertimos que la puntualidad, además de sus muchos beneficios, es una disposición elegante. 

Si Ismael Plascencia y la Concamin logran que Guanajuato se transforme y sus ciudadanos aprecien los valores de la formalidad y la seriedad, habrán logrado un enorme beneficio para todos. Por fortuna los relojes digitales más económicos y los teléfonos celulares tienen la exactitud sincronizada con satélites. Nunca un segundo menos, nunca un segundo más. 

Seguiremos con puntualidad el empeño de Ismael. (Esperamos no llegar tarde)

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