En su momento, en la construcción de la Expo Bicentenario, se dilapidaron cerca de dos mil millones de pesos: “Un elefante blanco”. 

Entonces, se dijo que el leitmotiv de la faraónica obra era conmemorar a los héroes de la Independencia y Revolución mexicana. Pero, sucedió justamente lo contrario: el mero día de la inauguración, que coincidía con el aniversario luctuoso de la muerte de Obregón, el Gobernador, el Secretario de Educación y organizadores, pasaron por alto la memoria luctuosa. ¿Sería un olvido deliberado o desconocimiento de la Historia? Es de entender que, para los conservadores, resulta cuesta arriba homenajear a los liberales que derrotaron a los conservadores en épicas batallas.   

Pero, olvidar parece ya una costumbre… Actualmente, en este mes de julio, a nuestros gobernantes les pasó de noche la muerte de Juárez, la de Obregón, la de Villa y Zapata. En Guanajuato hemos tenido años de oscuridad histórica a la sombra del conservadurismo; excepto, por honrosas excepciones que, en su momento homenajearon a Juárez e hicieron finos trazos referenciales a su pensamiento y legado histórico. Por su parte, todos recordarán cuando Carlos Medina exaltó a Iturbide, con un: ¡Viva el emperador! dejando claro su proclividad monárquica y su asquito por la República. 

La visión confesional y exaltada de algunos políticos yunquistas, que no distinguen entre el Estado mexicano y el reino de Dios en la Tierra, los hace refractarios y alérgicos a los héroes revolucionarios, sobre todo, a Juárez, por las “Leyes de Reforma” y a los anticlericales e irreverentes caudillos sonorenses. Cuando Calles le preguntó a Toral, perteneciente a la ACJM, algo parecido al Yunque ¿por qué había cometido el crimen? Este le respondió: “… Para que Cristo pudiera reinar en México”. 

En este mundo globalizado, es indispensable estar consciente de quiénes somos y de dónde provenimos. Para esto, es necesario evocar las costumbres, los valores, las tradiciones y los héroes que encabezan el gran relato de los orígenes, que da la identidad y cohesión a un pueblo. 

El Estado mexicano necesita de héroes para la religión de la Patria, como la Iglesia jerárquica necesita de los santitos y santones, para los altares de la Iglesia. Toda sociedad requiere de sus rituales para exaltar valores comunes y salvaguardar así la identidad de nación. Y, para tener rituales, se necesitan símbolos y estos se alimentan de mitos y relatos inscritos en la memoria colectiva. 

La Patria no sería la misma sin su águila devorando a una serpiente, o sin el cuadro de su Guadalupana, sin Hidalgo, Morelos, Juárez, Zapata o Villa… porque no es la religión, la etnia, el idioma, la geografía, lo que reúne las fuerzas fundadoras y básicas para mantener la solidaridad y cohesión de un pueblo: el aglutinante son los símbolos que viven en el inconsciente colectivo, como el mito, la historia, el relato y el recuerdo organizado de sus héroes y batallas.

La Historia es la memoria de los pueblos. Los que olvidan su historia están condenados a perder la identidad y a repetir los errores del pasado.  Los héroes son héroes porque se levantan sobre el tiempo que sepulta al hombre. El Gran relato es la memoria colectiva que favorece la fraternidad y la solidaridad nacional entre los mexicanos. Los símbolos patrios son necesarios para erguirnos  con orgullo como mexicanos. 

La dominación política implica una definición e interpretación histórica.  No pueden ni deben los gobiernos permanecer ajenos a la Historia y excluidos del gran relato, para rehuir el pasado y recluirse en el gueto de sus convicciones. El ex gobernador Oliva hablaba de reescribir y enseñar la verdadera Historia. Así las cosas, tal vez se refería a quitar del Monumento a la Revolución y del Congreso las inscripciones en letras de oro del ex presidente Álvaro Obregón, para colocar ahí a León Toral y escribir así la nueva Historia a la que se refería…  

En Guanajuato, el discurso oficial está carente de simbolismo, vano de héroes, mudo de batallas, huérfano de glorias, no hay mártires ni apóstoles. Si a los conservadores no les conmueven los héroes liberales, tendrían la opción de escoger entre los suyos: Moctezuma o Cortés; Hidalgo o Calleja; Vicente Guerrero o Iturbide; José Ma. Luis Mora o Lucas Alamán; Juárez o Maximiliano; Madero o Huerta; Zapata o su asesino Guajardo y Obregón o León Toral. En fin, lo que es importante es que tengan una historia que contar.  

En la Historia no importa cómo haya sucedido el evento, sino la clave está en cómo se interpreta el gran relato; a fin de cuentas, este es el que nutre la identidad de una nación, es el andamiaje del Estado mexicano, sin este apoyo no hay discurso ni narrativa, no se puede pervivir fuera de la Historia. 

No es la religión, la etnia, el idioma, la geografía, lo que reúne las fuerzas fundadoras y básicas para crear y mantener la identidad y cohesión de una nación. La clave está en la memoria, el mito y la Historia, en el recuerdo organizado… Con el olvido deliberado nunca escribirán la “otra historia…”

Un gobierno que permanece ajeno a la Historia, excluido del significado del “gran relato”, carente de simbolismo y héroes, encarna lo efímero, lo fugaz, incapaz de crear sus propios héroes y monumentos, incapaz  de levantarse sobre el tiempo que sepulta al hombre…     

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