El INEGI y la mortalidad
De acuerdo con el informe nacional de mortalidad que difundió el INEGI el miércoles y que reportó para nuestros lectores Leonel Araiza Estrada, en Guanajuato durante el año pasado murieron 56 mil 253 personas, 20 mil más que en 2018, cuando se registraron 36 mil 008 fallecimientos.
El incremento comenzó desde el año de la pandemia. En 2019 los decesos registrados fueron 37 mil 484, en 2020 la cifra se disparó a 51 mil 997 y en 2021 aumentaron todavía en 4 mil 235 casos, un crecimiento terrible si consideramos que cada uno de ellos representa una vida perdida.
Guanajuato no hizo sino reflejar el proceso que ocurrió a nivel nacional. En 2019 se registraron en México 747 mil 784 decesos y la cifra escaló a 1 millón 086 mil 743 en 2020 hasta llegar a 1 millón 117 mil 167 el año pasado, un aumento de 369 mil 383 fallecimientos en apenas dos años. En promedio, mil mexicanos más que murieron cada día.
Traducido a la tasa de fallecimientos por cada 10 mil habitantes, el total creció del 59 registrado en 2019 al 86 de 2020 y el 88 del año pasado. La entidad con la mayor tasa fue Ciudad de México con 138 y la que presentó la menor fue Quintana Roo, con 59. Guanajuato tuvo 90 y fue una de las 10 entidades que estuvo por encima del promedio nacional.
Al compás del horror de la pandemia, en 2021 una de cada cuatro muertes se produjeron en enero (15.84% del total) y febrero (10.4%), aquellos meses de espanto en los que estaban los hospitales saturados, los familiares no encontraban oxígeno para salvar a sus seres queridos y la muerte., en fin, tenía permiso.
Acerca de las estadísticas de Guanajuato en relación a las principales causas de mortalidad, fue quinto lugar nacional por la tasa por cada 10 mil habitantes en enfermedades del corazón con 20, siendo el promedio nacional 17.8.
En COVID quedó en lugar 19, con un tasa de 16 fallecimientos por cada 10 mil habitantes, el promedio nacional fue 18. En diabetes ocupó el sitio 10 por tasa y en cuanto a los tumores malignos, el lugar 26.
Y más sobre la muerte
Como sabíamos ya, aunque las cifras concentradas de mortalidad del INEGI son diferentes (más elevadas) que la que difunden los organismos de seguridad, Guanajuato encabezó la estadística nacional de presuntos homicidios con 4 mil 333 casos en 2021. Algún consuelo da saber que la cifra fue 19% menor a la de 2020, pero ya sabemos también que aquel año fue un infierno.
En cuanto a la tasa de defunciones por homicidios por estado por cada 100 mil habitantes, Guanajuato ocupó el quinto lugar nacional con 69.6, más del doble que el promedio nacional (27.9), pero menor que la de Zacatecas (109), Baja California (85.6), Colima (81.6), Chihuahua (72.6) y Sonora con 70.3.
La víspera del informe general sobre fallecimientos, el martes, el INEGI difundió también su reporte anual sobre homicidios dolosos en 2021, que nos enfrentó al hecho de que 24 mil personas han muerto víctimas de homicidio doloso en una década en Guanajuato.
Creo que también es un flaco consuelo saber que las cifras en la materia van de nuevo a la baja este año. Y para afirmar que no basta es suficiente con repasar lo que ha pasado en junio. Por el minucioso conteo de los casos que llevamos en AM, pudimos ver que durante varios días del mes el promedio era inusualmente bajo, 7 casos y algún día hasta menos. Vana ilusión, una semana final de violencia nos llevó de nuevo a los linderos de las 300 muertes violentas que tanto nos cuesta reducir.
Y no solo eso. Durante esta semana se registraron masacres en Jaral del Progreso (en un velorio, el cuarto caso desde 2019) y en Guanajuato capital, la primera que recordamos, al menos en mucho tiempo.
Además, está el delicado caso de los ataques explosivos. Comenzamos la semana con la noticia de Reforma de que una jueza echaba abajo -al rechazar pruebas surgidas durante un cateo impugnado- el caso de dos personas enjuiciadas por manufacturar ¡drones explosivos! para los principales cárteles que disputan la entidad. Y lo terminamos con el estallido teledirigido y además grabado que sufrieron el jueves en Irapuato agentes ministeriales, a los cuales increpan en el video que dio este fin de semana la vuelta al mundo entero. Hay todavía tanto por hacer.
El Papa en Canadá
Tuve la fortuna de platicar ayer largamente con uno de mis grandes amigos de la infancia, entrañable vecino y recuerdo imborrable de mis primeros años en el extinto Distrito Federal. La vida me trajo a Guanajuato, a él se lo llevó hasta Quebec.
En medio de muchos chismes personales, me comentó también del gran impacto que había tenido la visita del Papa Francisco a Canadá, que como sabemos se centró en las disculpas que el Pontífice ofreció a las comunidades nativas, los primeros habitantes les llaman allá, por los abusos cometidos en los internados religiosos. Casi 150 mil niños indígenas fueron arrancados a la fuerza de sus hogares, durante más de un siglo, para “asimilarlos” a la cultura occidental.
Aquello acabó muy mal y al drama original de romper las familias, se sumaron las atrocidades cometidas en los internados, que desembocaron en la muerte de unos 6 mil menores, como quedó de manifiesto con el informe publicado en 2015 por una Comisión de la Verdad y la Reconciliación creada ex profeso.
Como señala un análisis de El País sobre el viaje, que terminó el viernes, mi amigo Luis me platicaba que las disculpas del Papa habían tenido un enorme impacto entre muchos canadienses, pero tampoco faltaron quienes opinaron que debió ir más allá en el reconocimiento del papel de la Iglesia como institución.
El debate me trajo a la memoria la homilía que pronunció el Papa Juan Pablo II hace casi 30 años, el miércoles 11 de agosto de 1993, en la Explanada de Xoclán-Muslay, en Mérida, dedicada también a las comunidades indígenas del continente (estaba fresca en la memoria de todos la conmemoración por los 500 años del descubrimiento, encuentro o tragedia de 1492, como usted lo vea), que provocó reacciones similares entre quienes apreciaron mucho sus palabras y aquellos que pensaron que había sido omiso en señalar la tragedia que la conquista supuso para las comunidades indígenas.
De lo que no hay duda es de que entre más de un millón de personas que acudieron a aquella ceremonia y salieron conmovidas, nos encontrábamos el legendario fotógrafo Francisco Dueñas y el autor de estas líneas, que cubrimos para los lectores de AM aquella visita inolvidable, en la que hasta una porra vimos echar al Papa.
¿Qué ver, qué leer?
Sigo con mi amigo Luis, quien aprovecha sus lazos en México y su espíritu viajero para escapar del invierno de Quebec, tres meses de espanto en que la temperatura es de 0 grados centígrados… cuando hace ‘calor’, el promedio durante enero, que es la peor etapa, es de 14 grados bajo cero, un tormento por donde se le mire.
Y surgió el tema por haberme topado en Universal con una serie policíaca canadiense muy digna de verse, Cardinal, basada en las novelas de Giles Blunt y escrita por Aubrey Nealon, el ingenioso autor de Orphan Black.
Le platicaba mi sorpresa por el hecho de que la primera temporada se desarrolla en medio de escenarios nevados y en la trama aparecen familias que supuse esquimales, lo que me llevó a pensar que eran historias en el Ártico. Pero ya la segunda ocurre con temperaturas más humanas, la nieve ya no aparece y los grupos nativos que aparecen son diversos.
Todo esto nos llevó a hablar del Papa, pero el caso es que el programa, que estelarizan Billy Campbell y Karine Vanasse como los detectives principales, merece verse.
MCMH