No recuerdo la ciudad del encuentro. Yo me quejaba amargamente de la complejidad de nuestra frontera con Estados Unidos: migración, armas, cruce de mercancías, etc. Mi interlocutor, un andaluz muy andaluz y socialista de verdad, me miró con asombro. Sin más atajó mi argumento, pero Federico, me dijo, que daría España por tener un kilómetro de frontera con Estados Unidos. ¡Imagínate lo que podríamos venderles! Los dos reímos.
De esto hace quizá quince años, mi interlocutor era Felipe González, el brillante expresidente español que impulsó la integración final de España a la futura Unión Europea.
Las negociaciones habían comenzado mucho antes. Siendo un hombre de ideas, Felipe González es un político muy pragmático. Han transcurrido cuarenta años. La España postfranquista se mira muy lejos de la actual, es otro país. España tiene la cuarta parte de nuestro territorio y su PIB es hoy alrededor de 10% superior al nuestro, se multiplicó por cinco desde la integración. La esperanza de vida se ha elevado, el ingreso per cápita -que no llegaba al equivalente de 6,000 euros- hoy roza los 30,000; el analfabetismo es menos del 2%; la infraestructura, carreteras de manera notable, se ha fortalecido; el sistema de salud y atención a adultos mayores es puntero. Por dónde se le quiera ver, y a pesar de todos sus problemas, en España hoy hay mayor bienestar.
A pesar de ello, las demandas nacionalistas y regionalistas siguen vivas. Con frecuencia se olvidan los acuerdos políticos incluidos en la integración que coadyuvaron a la consolidación democrática de ese país. La Unión Europea -con todos sus problemas- ha significado un profundo proceso civilizatorio. El derecho comunitario es muy complejo y una pesada burocracia, da pie a críticas válidas. Pero España ha caminado al desarrollo pleno utilizando esas normas. Su Índice de Desarrollo Humano rebasa los 90 puntos. El de México está 78.
Qué envidia. Esa prosperidad se logró con la apertura comercial y la certidumbre de tratar con un socio de la Unión. Por su solidez institucional y económica, hoy España es un país más fuerte, más soberano. Los españoles de hoy no ven a la Unión como la miraban hace cuatro décadas. Motivos hay, y muchos. De amenaza pasó a significar mejorías concretas en la vida cotidiana, prosperidad.
México se encamina a los treinta años de haber formalizado su integración al bloque comercial de Norteamérica. El proceso de transformación ha sido también muy profundo. Hoy México es una economía emergente, de desarrollo medio, con algunos rasgos de país desarrollado, como la explosión de clases medias, ahora en crisis. De seguir transformándose a ese ritmo, con educación y salud públicas de calidad, infraestructura y continuar con la apertura e industrialización, pronto se podría consolidar como una importante potencia media. Pero claro, siempre y cuando respetemos las reglas de la asociación. No hay correlaciones lineales entre los dos países, somos muy diferentes -México tiene casi tres veces la población de España- pero hay ciertos paralelismos innegables: ambos países accedieron exitosamente al proceso de globalización, generando bienestar, allí están los datos, son historia.
La pieza central de ese éxito, es la estrecha vigilancia cruzada entre los socios casi en todo: derechos humanos, medio ambiente, legalidad, libertades, democracia y una larga lista. Es un paquete. Hoy esa vigilancia por fortuna nos da garantías. Con los años, la percepción de los mexicanos sobre EU ha cambiado. En el 2021, en promedio, dos de cada tres mexicanos tuvo una buena impresión de ese país. Sin embargo, la demagogia nacionalista pesa: un 49% de los mexicanos creen que es correcto defender la soberanía aunque haya sanciones, El Financiero, (1/8/2022).
Incendiar el Zócalo con un llamado antiyanqui dañará a México. Los aplausos y gritos no crean empleos. Está en juego el bienestar de millones de mexicanos.
México perdería. ¿Quién gana?