La decisión del presidente AMLO de entregar la Guardia Nacional a las fuerzas armadas -vía Decreto y así dejar a la Suprema Corte de Justicia de la Nación el proceso judicial con una larguísima duración- y crear “de facto” una cuarta fuerza militar junto a la Marina, al Ejército y la Fuerza Aérea, militariza en la práctica al País. Parece el mundo al revés: la reivindicación básica de la izquierda en el mundo ha sido el pacto cívico-social para que sea el juego democrático entre civiles el que conduzca a la Nación, dejando al poder militar la función de protegernos del “masiosare, el extraño enemigo”, en tanto que la derecha defendía precisamente, por el contrario, la militarización.

Por décadas, la izquierda mexicana, víctima del poder militar que le golpeó con desapariciones y muertes a militantes, reivindicó precisamente la civilidad en su plataforma política. Desde el PC, pasando por el PSUM hasta llegar al PRD e incluso a la plataforma de Morena, se defendió la civilidad, acotando a los militares; en tanto que, por el contrario, el PAN defendía que el orden social debería sustentarse en la fuerza legítima del Estado. Los videos y documentos y campañas de Morena se basaban precisamente en la civilidad de la vida nacional y en que “el Ejército regresara a los cuarteles”. Pero no. AMLO hizo lo contrario, entregando todo el poder ya a los militares y todo el dinero público. Controlando ahora sí, la totalidad de la vida nacional y la obra pública.  

Es cierto que nuestras fuerzas armadas son las únicas en América Latina que no han provocado golpes militares y son patriotas, pero es una enorme tentación darles tantos recursos, poder y fideicomisos. Las fuerzas armadas, son hoy, el gran protector del gobierno de AMLO y de Morena y esto les asegura a la 4T, la continuidad por muchos años. La tolerancia que tiene el gobierno federal al crimen organizado y la participación activa de éste en las elecciones, son una combinación terrible, que la izquierda siempre quiso evitar.

De civilidad solo nos queda, la independencia del Poder Judicial y los equilibrios en el Legislativo para que el pacto social mínimo nos garantice los derechos a la asociación y a la expresión, cuando el Presidente ataca por todos los medios a los críticos y a la prensa. Queda el INE como órgano electoral para que tenga independencia nuestro voto y no pueda ser manipulado por el gobierno, Ni los camaradas de la izquierda histórica más ortodoxos, -algunos miembros del poder-, pueden defender la enorme incongruencia y los graves riesgos de militarizar al País. Cercanos a los beneficios del status, callan hoy el discurso que tuvieron por décadas y que gritaron en contra de los gobiernos del PRI y del PAN, teniendo a Calderón y a su guerra, como el blanco de sus ataques, pues hoy dejan por décadas a los militares en el poder y en la obra pública, para ya no regresar más. ¿No era lo que criticábamos?

Son pocos los militantes de la izquierda histórica que siguen en el gobierno y en Morena, partido dominado por ex priístas y que expresan estos días, que “no había otra salida” para poder rescatar el País y que confían en la decisión de AMLO en militar a México. ¿Realmente no había otra salida? Chile y Colombia, gobiernos recientes de izquierda, optaron por tener como ministros de la defensa, a civiles y por expresar en su legislación, el carácter civil del gobierno. México y AMLO optaron por el camino militar. La gente cree en AMLO y en general desconoce el impacto de largo plazo que trascenderá la primera mitad de este siglo, al controlar Morena a las fuerzas armadas y a las bases del narco y al riesgo de que incluso, se sigan expresando en eventos de campañas políticas.

El voto de esperanza que dimos a AMLO para que, por fin, un gobierno de izquierda enfocado a las mayorías pobres, nos diera bases de una convivencia más justa, termina por morir, con un populismo de derecha que sustenta en las fuerzas armadas y en la tolerancia al crimen organizado, para perpetuar por décadas un modelo político que compra voluntades con apoyos sociales. Morena reencarnación del difunto PRI y de sus hijos que hoy gobiernan, parece terminar con el sueño del pacto cívico-social con el que muchos soñamos.

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