El avión de Magnicharters viene casi lleno de la CDMX a La Habana con muchos turistas mexicanos y un sorprendente número de cubanos. Al llegar al aeropuerto vemos que los equipajes son distintos a los de cualquier vuelo tradicional. Los viajeros llevan bolsas enormes todas plastificadas. No sabía si emplayar la maleta por razones de seguridad pero un viajero que iba adelante comentó que no era para asegurar el equipaje sino la protección de grandes bolsas con comida.
Antes de aterrizar, un suelo verde esmeralda, donde hay agua y tierras fértiles, recibe la vista de los viajeros. La tierra colorada goza de agua y sol.
El aeropuerto de La Habana tiene unas 12 posiciones pero sólo hay dos ocupadas, una por un Boeing Dreamliner 787 de Air Europa y otra por un Airbus de American Airlines. La pista y la plataforma están descuidadas pero la terminal puede compararse con el Benito Juárez de México, cosa que no es alabanza.
Antes el gobierno cubano prohibía la importación de medicinas y alimentos, ya no. La escasez hace que cualquier viajero, ya sea residente de la isla o familiar, regrese al país cargado de todo: embutidos, medicinas, leche en polvo y lo que pueda traer consigo. En la cinta de entrega de equipaje pasa una maleta convencional por cada 10 bultos con víveres.
Hace 38 años que no venía a Cuba. En 1984 fue una visita turística familiar sin más antecedentes que la propia historia leída en la prensa, masticada una y otra vez desde diferentes ángulos. Ahora viene una revisión histórica de más aliento, de mayor profundidad.
Todo ha cambiado, poco ha cambiado (perdón por la paradoja). Los soviéticos ya no mandan; Fidel Castro falleció; los europeos y canadienses invirtieron en turismo que es el flotador de la isla. No ha cambiado la ideología ni las penurias de la gente, tampoco cambió el cerrojo que impide salir o la libertad de pensar y actuar en consecuencia.
No cambió el descuido y abandono material solo que empeoró porque pasaron cuatro décadas y buena parte de la vivienda y los edificios maravillosos del pasado se caen a pedazos. El tiempo cobra cada año una renta de destrucción si no hay mantenimiento.
Vine a Cuba con dos miradas, la del turista curioso y la del periodista aspirante a escribir un ensayo largo sobre el tema. Trataré de comprender su presente después de ingresar a la historia de la isla, la de su pasado colonial español y su tardía abolición de la esclavitud e independencia; la de su época de sumisión al imperio norteamericano con la famosa enmienda Platt (insulto a la libertad de Cuba después de la guerra contra España) y lo que se puede esperar de su futuro.
El pasado desaparece de la mirada cuando vemos lo que puede ser este país si quitan el velo de la Revolución, si olvidan el sistema económico comunista que está en ruinas y acceden a una economía abierta como lo hicieron China y Vietnam.
La Habana es hermosa si imaginamos que hay una reconstrucción de sus inmuebles centenarios, si la chispa del emprendimiento da vida a sus avenidas amplias como La Quinta. Su Malecón, donde hay nuevos hoteles en construcción al lado de las casonas en ruinas, podría convertirse en uno de los paseos más hermosos de América. La Habana es una joya sucia y descuidada. Todo Cuba lo es.
Comento con un habanero que la soberbia arquitectura colonial no la tiene ni Miami. Con un cambio hacia la libertad de emprender, el flujo de ciudadanos cambiaría. En lugar de que los cubanos sueñen con irse a cualquier parte, cientos de miles de expatriados y extranjeros volverían para vivir aquí. Sólo la ceguera de la ideología impide verlo, algo que por desgracia también sucede en México.
Para que todo cambie se necesita algo que no puede generar el modelo económico estatista de planeación central cubano: ahorro y mucho capital. (Continuará)