“La lealtad a una opinión petrificada nunca ha roto una cadena o liberado a un alma humana. y nunca lo hará”.
Mark Twain
Al presidente López Obrador le gusta sorprender con sus designaciones a cargos importantes. Lo hizo nuevamente ayer, al dar a conocer que Leticia Ramírez Amaya será su tercer titular de educación pública.
En las especulaciones que se manejaban sobre el posible reemplazo de Delfina Gómez no aparecía Ramírez Amaya, y con razón. Hasta ahora su perfil ha sido el de una funcionaria de atención al público. Fue la directora de atención ciudadana de López Obrador cuando era jefe de gobierno de la Ciudad de México y ha tenido también ese cargo en la Presidencia actual. Si bien fue maestra de escuela, no tiene la experiencia profesional que uno esperaría de una Secretaria de educación pública.
Al Presidente no solo no le importa, sino que prefiere dar cargos importantes a personas sin preparación o experiencia. Lo manifestó en 2019: “¿Y saben qué es lo que más me importa, más que la experiencia? La honestidad. Ya para irnos entendiendo mejor, o sea, porque hay quienes tienen mucha experiencia, están graduados hasta en universidades del extranjero, tienen hasta doctorados, pero son deshonestos. Y a nosotros lo que más nos importa, lo que más nos importa de todo, es la honestidad. Si hablamos en términos cuantitativos, 90 por ciento honestidad, 10 por ciento experiencia”.
Para el Presidente “honestidad” quiere decir lealtad. Quienes lo apoyan son siempre honestos, hagan lo que hagan; quienes lo cuestionan, son corruptos por definición. A lo largo de su sexenio ha entregado cargos importantes, que deberían ser ocupados por profesionales especializados, a personas sin preparación ni experiencia. Muchos miembros de su ayudantía han recibido así designaciones para las que no están preparados. Una parte del deterioro de los servicios gubernamentales ha sido producto de recortes al gasto público que no tienen que ver con los programas personales del Presidente, pero también del arribo de funcionarios que no conocen la labor que deben realizar. “Pedimos lealtad a ciegas al proyecto de transformación porque el pueblo nos eligió para eso”, dijo el mandatario en 2020.
Ramírez Amaya estudió en la Escuela Nacional de Maestros y fue profesora de primaria. Tiene estudios, sin concluir, en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Fue además líder de la sección 9 del sindicato de maestros, parte de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación. Si acaso, su nombramiento es una forma de afianzar el control de la CNTE sobre la SEP, aunque la verdad es que desde 1984 no ha tenido relación con el tema educativo.
Lo lamento. Si algo necesita la SEP en este momento es alguien con el conocimiento y la convicción de liberarla de la asfixia provocada por los sindicatos. Los alumnos necesitan una mejora en la calidad de la educación, pero hoy más que nunca el gobierno le ha puesto obstáculos. Parte del problema es una malentendida austeridad, pero también la visión ideológica de que la calidad educativa es una simple aspiración clasemediera. Lo vemos en el Conacyt, que ha recortado gasto para aportar más dinero a las obras del Presidente.
Quizá Ramírez Amaya sea honesta, como ha señalado el Presidente. Lo mismo dice, sin embargo, de Delfina Gómez, quien descontó recursos a los empleados de su gobierno municipal en Texcoco para apoyar a Morena. La honestidad, en todo caso, debiera ser solo el punto de partida. Es una condición necesaria, pero no suficiente, para encabezar los programas de educación de una nación como la nuestra.
Propaganda
Ante los hechos de violencia de la semana pasada, el Presidente ya propuso una solución: tener reuniones de gabinete de seguridad y conferencia de prensa los sábados porque “los adversarios usan los fines de semana para manipular, distorsionar”. Lo único que le interesa es la propaganda.
www.sergiosarmiento.com