En México la extrema polarización hace que los partidarios del Presidente apoyen lo que salga de su boca, aunque los dañe, y rechacen lo que digan sus opositores, aunque tenga sentido. Empecemos por las verdades irrebatibles. Todos queremos un país más próspero, con más oportunidades y menos pobreza. La pregunta crucial es cómo. Nuestra economía tiene que empezar por crecer más rápido que la población, para que a cada mexicano le toque una rebanada más grande del pastel.
¿Y cómo crecemos? Gracias a que México se incorporó al GATT hace 40 años, y al TLCAN hace 30, pasamos de ser exportadores de materias primas a exportar manufacturas. Hoy nuestro comercio internacional equivale a 78% del tamaño total de nuestra economía. Antes del GATT era 20%, exportábamos sólo petróleo. Ningún país en el mundo se ha industrializado a partir de exportar petróleo, cobre o cualquier commodity, no importa cuánto tenga. El gran crecimiento chino se logró exportando manufacturas, y hoy ese país está fracasando en la siguiente transición hacía una economía de servicios.
No crecemos porque no hay inversión. La poca inversión de este gobierno se ha ido a obras objetivamente inútiles: aeropuertos sin vuelos, refinerías que no refinan, un tren que será fuente eterna de pérdidas, si es que algún día se termina. Ninguna de éstas incrementa nuestra productividad, ni detona inversión privada complementaria.
El sector privado no invertirá sin garantía de abasto de electricidad suficiente, barata, de buena calidad y limpia. Tampoco hay certeza jurídica, y se está expuesto a decisiones arbitrarias. Además, el crimen organizado impone costos crecientes, equivalentes a un impuesto: cobros de piso, robo de mercancías, cierre de vías de comunicación. Y, muy grave, México tiene el peor nivel educativo de entre los países miembros de la OCDE, éste se deteriora a un ritmo alarmante, pues este gobierno ha recortado el gasto en educación y salud, como medidas de “austeridad”. Hay otras trabas estructurales. La economía informal va en aumento y la incorporación de mujeres a la fuerza laboral es baja (más después del cierre de estancias infantiles y de escuelas de tiempo completo).
El gobierno tiene cada vez menos recursos. Ya se gastaron los “guardaditos” que dejaron gobiernos previos. El subsidio a Pemex nos costó 1.5 puntos del PIB el año pasado, y será cada vez más caro. Los programas sociales, ya sin condicionalidad (antes, por ejemplo, tenían que mandar niños a la escuela), pasaron de 26% a 34% de los hogares (¿por qué habrá aumentado la popularidad del Presidente?). Esos programas cancelan toda posibilidad de movilidad social, sólo permiten que sobrevivan los más pobres, pero permanecerán en la pobreza. Y los programas de pensiones sin contribución del pensionado equivalen ya a 50% del gasto social. Éstos se encarecerán conforme nuestra población envejezca, lo cual está ocurriendo rápido. Las participaciones federales tampoco podrán reducirse.
Lo sensato sería ponerle la mesa a la inversión privada, nacional y extranjera. Darles condiciones para que se sientan cómodos invirtiendo, contratando a nuestros jóvenes y pagando impuestos; acelerar nuestra integración a un bloque comercial con socios mucho más ricos que nosotros, para que nuestro ingreso incida con el de ellos, como ocurrió en España o Portugal; explotar que sus empresas quieren salir de China para venir a México; incrementar nuestra capacidad productiva y exportadora, aprovechando que ser parte de ese bloque nos da acceso al gas más barato del mundo, el de EU, mientras otros sufren por la falta de gas ruso.
Por las políticas de este gobierno, podríamos tener nulo crecimiento este sexenio, pero éstas además cancelan toda posibilidad de crecimiento futuro. La inflación que hoy vivimos dejó de ser importada. Nuestra economía se sobrecalienta, sin crecer, porque tantos negocios y empresas quebraron durante la pandemia, debido a la falta de apoyos.
Este gobierno no entiende que para salir del hoyo en el que estamos, primero hay que dejar de cavar. El Presidente que venga se sacará la rifa del tigre.