En 1973, mientras Elton John ponía a bailar al planeta con “Crocodile rock” y Mocedades hacía suspirar con “Eres tú”, se presentaron a nivel internacional subidas de precios impresionantes, problemas de desabasto y enorme incertidumbre respecto al oro negro: el petróleo. La estructura económica mundial había cambiado, manifestándose con sus efectos devastadores en otros ámbitos sociales.

De manera muy simplificada, la cuadruplicación del precio del petróleo crudo hizo alcanzar el punto crítico del enorme poder de las potencias petroleras, que llevó a las economías mundiales a recesión e inflación, deteniendo de manera importante el abastecimiento y por consiguiente la actividad económica de los países afectados, quienes hubieron de responder con medidas de contención que duraron años, en afán de frenar esa situación adversa.

A la fecha, estamos en una situación que se considera igual (algunos comentan que se pondrá peor) y se relaciona con una crisis energética que se extiende más allá del petróleo, involucrando al gas natural, carbón y otras fuentes de energía, con la añadida fragmentación de un mercado de por sí ya vulnerado por la crisis sanitaria y traducido en un freno importante al crecimiento y desarrollo económicos.

Esta crisis energética global, además de las implicaciones económicas asoladoras potenciales que puede llegar a tener, se traduciría también en la afectación de los sistemas de salud (con el detrimento consiguiente de poblaciones enteras) porque no podemos olvidar que la energía y la salud están inexorablemente relacionados. El acceso a energía segura, sostenible y asequible, juega un papel fundamental en conseguir objetivos relacionados a la salud para poblaciones, que entre otros temas incluyen la erradicación de pobreza, disponibilidad alimentaria, equidad en la oportunidad para educación de calidad, acceso a agua limpia, así como seguridad laboral y desarrollo económico.

La interrelación de factores macro, como son la contingencia sanitaria aún activa, los conflictos bélicos o al menos relaciones beligerantes entre Rusia, Ucrania, China, Estados Unidos, Europa y otras regiones del planeta, además de nuevas regulaciones y dificultades económicas, se han traducido en la merma de enormes cantidades de recursos energéticos, con el impacto sustancial en las áreas antes mencionadas.

Los seres humanos requerimos de energía no como un fin en sí misma, sino como un medio para alcanzar los servicios que provee, como son, por ejemplo, la iluminación, el confort térmico, capacidad de almacenar y prolongar la vida útil de alimentos o medicinas, entre otros. Nuestros estilos de vida, comunidades, sistemas alimentarios, provisión de agua, transporte, comercio y sistemas de salud, dependen enteramente de la disponibilidad energética.

Ya sea por inequidad (e incluso injusticia) en la provisión de servicios básicos energéticos, la reducción de la capacidad de pago (y acceso correspondiente) por la crisis económica o debido a medidas de racionamiento por parte de los estados, los individuos, comunidades, instituciones y sociedades enteras, ven mermada su calidad de vida por la falta de estos recursos energéticos que como ya comentamos, son vitales para el sostenimiento del estilo de vida moderno.

Este es uno de los temas de mayor preocupación a nivel global y debe de serlo a nivel nacional, regional y local. No estamos exentos (y probablemente ya estemos en la antesala) de limitaciones sustanciales en la disponibilidad de energía. Hay que entenderlo: las consecuencias pueden ser de una gravedad enorme. Como población debemos estar atentos y preparados y exigir políticas públicas sensatas en este tema. Es tiempo.

(Médico Patólogo Clínico. Especialista en Medicina de Laboratorio y Medicina Transfusional, profesor de especialidad y promotor de la donación altruista de sangre). 

 

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