Un aprendizaje de vida, al observar la vida política de nuestro querido País, es que la nómina burocrática refleja las lealtades al líder y al partido político que tiene el poder. Así es. Imposible pensar en casos en que sea la capacidad, la trayectoria o el reconocimiento social los que sustenten un nombramiento de alto nivel en este México tan acostumbrado al servilismo. Ser incondicional en este País, tiene como recompensa el lograr escalar los puestos de alto nivel. Lo mismo en el gobierno federal, que en el estatal que en el municipal.
“Cargar el portafolio al Presidente”, es una alegoría para ilustrar la lealtad que le profesa al político, el séquito que le rodea. El Secretario Particular, los Asistentes y aquellos incondicionales que le presentan con su mejor sonrisa, datos de la realidad que ellos quieren ver. Por eso, se explican buena parte de los nombramientos que hizo el Presidente López Obrador. Pero el que hizo esta semana, es otro caso más, donde nombra a una incondicional que tiene como virtud –dice el Presidente-, la honradez y la lealtad a la causa común.
La nueva Secretaria de Educación se suma al largo listado de nombramientos que, en la historia de gobiernos de todos los colores y contextos, evidencian que la conducción de puestos claves que podrían cambiar la historia de nuestro País, se regalan a quienes no tienen ni los mínimos del perfil. Difícil para camaradas el justificar el nombramiento de Lety, la flamante Secretaria de Educación, que tendría en todo caso como virtud, solo haber militado en las filas de la CNTE Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación.
La educación es tan importante, que no se puede poner en manos de quien no tiene experiencia, ni perfil, ni trayectoria, sino solo, cargarle muy bien el portafolio al Presidente. El País tiene –basado en los indicadores internacionales como PISA-, el peor desempeño de la OCDE y tiene estructuralmente un déficit enorme en inversión, cuando el presupuesto es consumido hoy por el gasto corriente del profesorado y el gasto operativo. Con un esquema de remuneraciones que premia a la antigüedad y no a los logros, nuestro sistema educativo sigue estancado y abre más las brechas entre la educación privada y la pública, para que ésta se enfoque a la cobertura y aquella a la calidad.
La pandemia y la falta de presupuesto de inversión en la “austeridad republicana” desnudan la realidad financiera de la educación pública desde el preescolar hasta la educación superior. Sostienen al sistema educativo, eso sí, el compromiso de parte del magisterio que, con vocación, atiende al estudiantado, más allá de la encomienda dada por los sindicatos, de obtener y exprimir hasta donde se pueda, el presupuesto público. Ausentes los mecanismos de evaluación externa a instituciones y al magisterio, en el País donde “todos pasan” y “nadie reprueba”, nos sumergimos más en el naufragio, cuando cantidad de países basan su éxito en la meritocracia con el consecuente resultado de éxito escolar.
Tenemos la educación pública que nos merecemos, cuando se regala la aprobación y el profesorado es protegido por los poderosos sindicatos. Deberíamos aspirar a tener otra suerte, como la tiene Finlandia, Corea del Sur, Singapur, Alemania, donde la cultura aspiracional y de superación se inculca desde edades tempranas y les impulsa a superar las adversidades. Podríamos lograrlo de tener un liderazgo desde la Secretaría de Educación Pública, donde los ministros son destacados educadores que supieron mantener un modelo de excelencia basados en la formación de competencias para la vida, centrando todo en el estudiante y no en el maestro sindicalizado.
Es complicado el panorama después de un sexenio sin inversión en escuelas de tiempo completo, sin recursos extraordinarios para la competitividad académica de las universidades públicas, sin recursos para innovar y reconocer a los mejores talentos. Tendríamos que pasar de una cultura donde los líderes de la burocracia fueran testimonio de vida en el arte de educar y no solo, de cargar el portafolio al Presidente.
* Ex Rector UTL