A propósito de la reciente serie documental difundida en algunos medios televisivos acerca de un sujeto al que apodaron como “El caníbal de Atizapán”, que impactó a la sociedad por lo cruel y despiadado de sus crímenes, vino a mi mente el recuerdo de otros dos criminales que también causaron revuelo en su momento por las atrocidades que cometieron.
Ocurrió en el entonces Distrito Federal, ahora Ciudad de México, por el rumbo de Iztapalapa, en la colonia San Lorenzo Xicoténcatl; se trataba de Jorge Antonio Iniestra, ya conocido vulgarmente como “El Monstruo de Iztapalapa”. Pero veamos qué conducta delictiva desplegó este sujeto.
Según la versión del que fuera Procurador General de Justicia del D.F. Miguel Mancera, en la averiguación previa quedó plasmada la historia que inició en el año 2004, cuando Clara Tapia Herrera, conserje de una escuela primaria, llevó a su vivienda a un amante, perdidamente enamorada de él, doce años menor que ella; y con la característica de que Clara Tapia ya tenía tres hijos menores de edad, producto de una relación anterior; Jorge Antonio, sujeto muy habilidoso, manipulador y chantajista, la convenció de que no había nada malo en seducir a dos hijas de su propia amante, entonces de 14 y 15 años de edad. El convencimiento de Jorge Antonio sobre esta familia a la que se introdujo, fue total, pues hasta procreó durante este lapso cinco hijos.
La descripción de algunos de los episodios que vivió esta familia, han hecho que popularmente Jorge Antonio Iniestra se haya ganado el mote criminal con que ahora es reconocido; además de que ya varios criminólogos han tratado de estudiar su mentalidad y las conductas desplegadas por este sujeto.
Ninguna autoridad logró tener conocimiento de lo sucedido durante tantos años, ni los vecinos ni quienes acudían a la primaria, pese a que mantenía cautivos a los menores de edad con la complacencia de su amante; al varoncito hijo menor de la conserje, lo obligaba a trabajar recolectando cartón, vendiendo dulces y paletas, materialmente esclavizado con una hermana del “Monstruo”, Claudia Iniestra Salas; cuando por alguna circunstancia el menor no reunía la cantidad de dinero exigida al día, lo golpeaba a cinturonazos y lo acostaba desnudo en un charco de agua en la azotea, amarrado para que allí permaneciera.
Fue tal la brutalidad y abuso de este sujeto contra los miembros de esta familia, que en un acto de verdadera saña y sadismo propinó una golpiza a una de las menores, de nombre Rebeca, privándola de la vida, y tomando a una de las hijas de la otra hermana, de tres meses de edad, la presionó en el pecho del cuerpo sin vida de Rebeca, supuestamente para que lactara y así Rebeca reaccionara, pero asfixió a la infante de tres meses, realizando con esos actos un doble homicidio.
En un primer perfil psicológico que realizó la entonces Procuraduría General de Justicia del D.F., se detectó que el homicida de 32 años de edad reflejaba una personalidad con delirio de grandeza, egocéntrico, narcisista y con poder de convencimiento sobre personas más débiles, pues asumió esa actitud cuando siendo adolescente, su madre le dio un lugar preferencial como cabeza de familia.
También detectaron los psicólogos que el sujeto era megalómano y que a través de las diversas entrevistas que se le efectuaron manifestó su deseo de escribir un libro con su experiencia y memorias desde la cárcel, denotando cinismo, sin arrepentimiento y manteniendo un afán protagónico.
Estas actitudes fueron propiciadas por su madre, quien lo aceptó, lo solapó, fue permisiva en todas sus conductas por ser el hermano mayor y lo que hiciera estaba bien; por ello, los peritos concluyeron que esa solidaridad criminógena de su madre promovió su personalidad egocéntrica, promiscua, megalómana y dominante; pero además se determinó que no era inimputable, lo cual quiere decir que siempre estuvo orientado en circunstancias de tiempo y lugar y pudo diferenciar qué era apropiado e inapropiado, por lo tanto siempre tuvo plena capacidad mental. Siempre proclive a su satisfacción sexual, y lo paradójico es que pese al trato violento constante, su amante, Clara Tapia, le entregaba todo el dinero que ganaba a cambio de que no la abandonara.
Así pues, sé que en los amables lectores este relato causará indignación, horror, asco e impotencia de no haberse impedido el resultado que produjo la acción criminal relatada, pero también debemos observar serenamente que muchas veces nos colocamos como víctimas propiciatorias de sujetos a los que desde un principio les denotamos y percibimos cierta tendencia delincuencial, y aún así nos conducimos con la esperanza de que no pase nada o de que en ese presentimiento u observación estemos equivocados. Tal cual nos sucede cuando empezamos a tener contacto por cualquier circunstancia con alguna persona, ya sea por trabajo, por estudios, de forma ocasional en una fiesta o reunión o hasta en algún recinto público, y en lugar de alejarnos, evadir dicha relación o hasta rechazarla en su caso, de forma inexplicable y paulatina nos vamos involucrando y colocándonos en peligro, aceptando a veces pequeñas demostraciones de daño o acciones lesivas en nuestra contra que pueden acrecentarse, y a veces cuando reaccionamos, ya es demasiado tarde.
¿Acaso conocemos a tanta y tanta gente que se ha avecindado recientemente en nuestra localidad, que incluso ostentan cierto potencial económico a veces inexplicable y que empiezan a relacionarse con nuestros hijos, familiares, amigos y vecinos? Tal vez este haya sido el caso de Clara Tapia al iniciar su relación con Jorge Antonio Iniestra, ahora conocido como “El Monstruo de Iztapalapa”. Aquí lo dejamos para su reflexión y la próxima semana continuaremos con el otro caso criminal que igualmente conmocionó a la sociedad.
MTOP