Se dice que un político toma decisiones pensando en la siguiente elección, y un estadista en la siguiente generación. AMLO es lo primero.

Su aversión al conocimiento y a la experiencia es peligrosa. Es desconfiado e inseguro y, por eso, promovió a 18 personas de su Ayudantía -escoltas principalmente- a puestos ejecutivos. Sin experiencia o conocimientos técnicos para trabajar en Pemex, CRE, CNH o SAT, manejan miles de millones de presupuesto. Pero en ningún sitio hace más daño su preferencia por improvisar que en nuestra política educativa. El sociólogo Neil Postman dice que los niños son “un mensaje vivo que enviamos a un mundo que ya no veremos”. AMLO manda uno desolador: de ignorancia, rencor, conformismo y dependencia. En vez de enseñarles a anhelar, a superarse, prefiere que aprendan a odiar a quien tenga éxito.

En 2018, México ocupaba el lugar 36 entre 37 miembros de la OCDE (sólo arriba de Colombia) en la prueba PISA, que mide aptitudes escolares en matemáticas, ciencia y comprensión de lectura. Fuimos, además, el país que cerró sus escuelas más tiempo, 53 semanas (el promedio fue de 20). El retraso será irreversible para millones. Si agregamos la deserción escolar, pues 7 millones de niños no van a la escuela, 1.3 millones más que antes de la pandemia, la crisis es alarmante.

Este gobierno no quiere medir el atraso, y ya ni hablar de desarrollar programas remediales. El BID estima que esto provocará pérdidas salariales por 16% del PIB. Además, muchas escuelas fueron saqueadas durante el cierre. En medio de tal desolación, el gobierno recortó el presupuesto educativo, que será el menor en 10 años. Mejor refinar petróleo.

En la “economía del conocimiento”, la ventaja competitiva de un país dependerá de las aptitudes de su población. En México sólo 26% de los estudiantes que ingresan a educación básica termina estudios superiores. Según México Evalúa, se cancelaron 13 programas el año pasado, incluyendo el de escuelas de tiempo completo, carreras docentes y fortalecimiento de excelencia educativa. Cuando surgen formas novedosas para enseñar, pues entendemos mejor cómo aprende la niñez, y hay herramientas tecnológicas cada vez más poderosas, no invertimos en recursos físicos o en entrenamiento de maestros, áreas donde el mundo desarrollado enfoca enorme esfuerzo. Este gobierno prefiere esconder los datos que exhiben la brutal destrucción que causa su negligencia. No se puede mejorar lo que no se puede medir.

Mientras no satisfacemos el aprendizaje más elemental de nuestros jóvenes -que entiendan lo que leen, sumen y resten- Corea del Sur, China o Finlandia han desarrollado sólida metodología educativa, reclutan y entrenan a excelentes maestros que tendrán carreras prometedoras, y garantizan que ningún niño se rezague, independientemente de su capacidad. Saben que lo que siembren hoy lo cosecharán en 20 o 30 años.

El Presidente que se comprometió con los pobres ahora los traiciona. Ellos nunca aspirarán a la educación privada que él les dio a sus hijos (incluso en el extranjero). Crecerá la brecha entre quienes pagan escuelas privadas y los condenados a las públicas. Su crueldad cancela todo sueño de movilidad social y sentencia a millones de niños a migrar si quieren progresar, en el mejor de los casos, o a una vida de dependencia, crimen o miseria en el peor.

En toda población, la genialidad se distribuye con cierta aleatoriedad. Un país desarrollado detecta talento y capacidades, y los potencia. Eso detona investigación, tecnología, o cuando menos permite que niñas y niños desarrollen su potencial. Cuando les negamos el derecho a aprender, sembramos frustración, anulamos su futuro, nos suicidamos como sociedad y los privamos del placer del conocimiento. La próxima vez que le demos una limosna a un infante en la calle, recordemos que existe al menos la posibilidad de que él o ella tenga un intelecto superior que nunca desarrollará.

¿Quiere menos desigualdad, Presidente? Pase una ley que fuerce a que quien viva del presupuesto mande a sus hijos a escuelas públicas. Verá qué rápido avanzamos.

@jorgesuarezv

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