Escribía Herman Hesse, en su maravillosa obra Siddhartha: no tengo derecho de juzgar la vida de otros. Solo debo de juzgarme a mí mismo y elegir o rechazar en función de mi persona. Escojo esta frase, pues desde hace días leo y escucho un sinfín de juicios, opiniones, veredictos que se emiten sin tener constancia de hechos, mensajes difamatorios y, que además no están ni siquiera firmados, por quien osa determinar sentencia.
El acoso, más la persecución que se hace a terceras personas que sufren por alguna situación o acto realizado por algún allegado, es impresionante y doloroso; al observar me cuestiono ¿somos responsables de los actos o decisiones de otra persona? ¿Qué acaso, quien juzga olvida, el deber de cada persona para responder de sus actos ante sí, además de hacerlo ante los hombres y mujeres? ¿Dónde queda el libre albedrío? ¿Soy responsable de lo que tú, piensas y haces? Al cuestionarme vibra aquel refrán que dice, recuerda, que cuando me señalas con un dedo, hay tres que te señalan a ti.
A veces, creo que no nos parece suficiente, vivir la terrible descomposición que existe en nuestros tejidos sociales, a los que todos en menor o mayor grado hemos abonado, entonces por eso todavía le ponemos #leñitaalfuego para que la lengua tenga trabajo. Tal vez olvidé, que también, es labor mía el trabajar en mi entorno por reparar, entonces, se ha elegido una libertad que se confunde con el libertinaje, omitiendo la responsabilidad; desprendiéndonos de ese temor que en conciencia me dicta, que cada acto, palabra o acción que hago tiene consecuencias, mismas que asumiré en cualquier momento.
Al paso del tiempo, podemos constatar que esta vida es justa y pasa facturas, ojalá y el día que se presenten las mías, tenga cash para pagarlas, con creces. Cómo andamos en la toma de decisiones, sería una buena pregunta por hacer, y, qué tal está la responsabilidad implícita que las acompaña. Hemos pensado en cuántas decisiones tomamos a diario y las implicaciones que estas pueden tener. Tengo presente las veces que he caído y las manos que me han ayudado a levantar; el millón de veces que he sido perdonada con mi consentimiento o sin él, entonces ante estas vivencias ¿con qué cara señalo a quien está caído o sufre una desgracia?
La empatía nos ayuda a predecir lo que otra persona puede sentir en una situación delicada; así como entender cómo se puede reaccionar. Quizá sin ponerte en los zapatos del otro, si se puede comprender, sin justificar o disminuir el daño o el error o la maldad o simplemente sin estar de acuerdo; solo es cuestión de recordar que esta vida, es un gran patio enjabonado donde aplica un refrán que menciona que quien no cae, puede resbalar. Por eso amable lector, propongo que No ayuda, sembrar ira con observaciones, envíos, escritos mordaces, es momento de encontrar soluciones, potenciar nuestras energías para que abonen a la reconstrucción de esta ciudad, de un estado que sufre y que necesita prosperar en el bienestar o, usted ¿Qué opina?