-Es increíble, la lluvia se metió por una grieta bajo el cristal del escritorio, ocasionó un desastre- te comento.
-Pero el agua es muy necesaria y hace falta para llenar los ríos subterráneos y no padecer sequía, aunque nos ocasione algunos inconvenientes- dices.
Con estos aguaceros, hay que mover las cosas de lugar, brotan humedades nuevas de las paredes como espectros que nos miraran siniestros, y para que no se atrofien mis libros, tengo que ponerlos en lugar seguro, te digo contrariada.
La temporada de lluvias, nos hace replantearnos el orden de las cosas, el agua es inquieta, busca grietas, encuentra entradas y nuevas salidas, es un ente vivo que se escabulle en los ladrillos, que brinca con ritmo sacudiendo mi patio y grita desaforado retando al cielo.
-Pues ya pasará, y entonces acomodarás tus cosas en el lugar que tenían con anterioridad, es lo de menos-.
Te suena simple, lo que sucede, es que me he acostumbrado al orden de los objetos. Esta temporada me desordena y desbalaga la vida cotidiana, los cambios cuando llegan, lo hacen sin previo aviso como las lluvias de la tarde.
En algo estás equivocado, porque he descubierto las rutas del agua y sus puntos vulnerables y no volveré a acomodar las cosas de la misma manera. Así, más resguardada, mi tranquilidad no se alterará tan fácilmente, aunque claro, no es como en la escuela cuando con un mandato nos llamaban a formar filas y todo cobraba orden, no es así de fácil.
El aguacero cayó con tanta fuerza que la hojarasca amaneció alfombrando el suelo, encontré un nido desecho junto a un triste cascaron vacío. Me pregunto: ¿A dónde van los pájaros en estos vendavales, qué hacen con sus vidas alteradas por la furia de las tormentas, pernoctan entre el follaje empapados viendo destruirse su mundo?
La temporada de lluvias nos somete a una transformación forzada, es una mentira que los huracanes solo estén en las costas, también se devastan corazones en tierra y son heridos, destrozados hasta lo más profundo. ¿Dime, hay alguna fórmula secreta que resarza lo perdido?
Hay quien sufre por no admitir el paso de los días, y se reprocha envejecer como si fuera cuestión de voluntad, quien piensa que siempre habrá una mañana esperando, orgulloso como si se tratara de un ser inmortal, no ofrece un perdón enaltecido de su vileza, como si el tiempo estacionado a su puerta esperara sus reconsideraciones.
Nosotros, conocedores de estas cosas, nos miramos, nos tomamos las manos en un afán de abrazarnos las almas, hemos aprendido que unidos somos más fuertes, somos un árbol que ha resistido el vendaval con sus raíces profundas. Mientras tanto, sentados a la mesa silenciosos, valoramos este tiempo que se nos presta, convivimos plenamente conscientes de la temporada de lluvias, de la fragilidad de los días.
MGL