Alejandro acababa de cumplir 20 años de edad cuando fue extorsionado por un sujeto llamado Polo Páez Medina, al que apodaban “El Hardy”. Lo había conocido en una fiesta; según “El Hardy”, fue una mujer la que le “puso el pie” a Alejandro: informó que la madre de este tenía una papelería y algunos autos.

“El Hardy” comenzó a enviar mensajes por WhatsApp para exigir cantidades diversas. Estos mensajes venían acompañados por fotos de la papelería y de su casa:

“Vas a ver cómo voy a prender tu casa mi chavo”. “No soy su pendejo chamaco”. “Va a dar el dinero o ya estamos en Valle (Valle de Chalco) para lo que nos indique el carnal”. “Estoy pagándole a mi banda, a gente que anda haciendo cosas, y al chile me estoy quedando a raya”. “Paga lo que debes”. “¿Ya tienes los 15?”.

Un día le dejaron un mensaje bajo la puerta: “Alex, Tel 55-37-48-31-83. Comunícate a este número después de las 6 de la tarde, si no lo haces lo tomaremos como negativa de pago”.

Era junio de 2019. Alejandro le confió a su madre el aprieto en el que se encontraba. La señora Gabriela tomó la decisión de cerrar la papelería, abandonar la casa e irse a vivir con un familiar.

Anduvieron por Toluca, rentaron en Xochimilco y más tarde en las inmediaciones de Ermita. Las llamadas no cesaron. Les dijeron que los tenían ubicados y los iban a matar.

Gabriela intentó denunciar en la fiscalía. No le hicieron caso. Los inmuebles quedaron abandonados. “Te estás pasando de listo”, le escribió “El Hardy” a Alejandro.

El 6 de mayo de 2020 Alejandro les dijo a sus padres que su novia, Dulce Anaid, iba a ir a visitarlo el fin de semana. Quedó de recogerla en una Elektra de Valle de Chalco. La muchacha le enviaba mensajes insistentes: que si era seguro que iban a ir, que a qué hora iba a llegar, que por donde venía. Su madre iba a acompañarlo, pero él se adelantó en el Hyundai que acababan de comprar. No regresó: desesperada, su madre tomó un taxi, llegó a los alrededores de la tienda e hizo que una patrulla lo ayudara a buscar por la zona a su hijo. Todo fue en vano.

Esa tarde, un hombre que pidió que le llamara “El Ingeniero” le dijo que tenía a Alejandro secuestrado. Con lenguaje brutal, exigió que no diera parte o lo iban a matar. Le volvió a llamar más tarde para decirle dónde habían abandonado el Hyundai: no querían que la policía descubriera un auto abandonado y empezara a preguntar.

Esa noche se abrió la carpeta CI-FAS/E/UI/1C/D/00667/05-2020. Policías de Investigación empezaron a dirigir la negociación e intentar encontrar una pista que llevara a los secuestradores.

El día 8 la señora Gabriela recibió un video de su hijo. Tenía un trapo rojo en la cara. Cuando se lo quitaron vio que estaba golpeado. “¿Por qué lo golpean?”, preguntó. “No lo vamos a tratar con rosas”, contestó “El Ingeniero”. Luego pidió una suma estratosférica.

El “Ingeniero” colgaba y volvía a marcar. Ordenaba que vendieran los coches, que vendieran la casa, que remataran los muebles. “Ustedes se equivocaron. Yo no tengo esa suma, nunca la he tenido y nunca la voy a tener”, le dijo la señora Gabriela.

El 9 de mayo le dijo que llevara 25 mil pesos al banco y que esa noche cenaría con su hijo. La mujer hizo un depósito a nombre de Mari Carmen Hurtado: “Te estás portando bien”. El muchacho no llegó y los secuestradores no llamaron al día siguiente, 10 de mayo.

El 11, la señora sintió un dolor agudo en el pecho. “Algo le pasó a mi hijo”, dijo. Ese día le llegó por WhatsApp un video en el que le estaban mutilando el dedo a Alejandro. El “Ingeniero” le dijo que necesitaba más dinero, que sus muchachos también comían.

Los secuestradores habían llamado a la inmobiliaria para ver si era cierto que se estaba vendiendo la casa, y en cuánto. Ordenó a la familia buscar más dinero.

El 12 hicieron que Gabriela hiciera depósitos en Banco Azteca, HSBC, Banamex y Santander. Dichos depósitos se efectuaron a nombre de Rosa Perales, Cynthia Rodríguez y Carlos Escamilla Vallarta. “Sigue así y pronto lo verás”, le dijeron.

El 15 se hicieron nuevos depósitos a nombre de Fabiola Robles, Diego Martínez, Yesica Monroy y José Reyes. “Vete a tu casa, te voy a regresar a tu hijo”.

Al día siguiente llamaron para pedir 15 mil pesos más (se depositaron a nombre de Esteban Giovany González): dijeron que necesitaban dinero para traer a Alejandro desde Puebla. Prometieron dejarlo bajo un puente de la carretera. No lo hicieron.

El 24 de mayo el cuerpo de Alejandro fue hallado en Ixtapaluca. Su madre tuvo que ir a reconocerlo, pidió permiso para besarlo y abrazarlo, vio su dedo mutilado. Había bajado mucho de peso.

Días más tarde ella encontró las claves del teléfono de su hijo y de algunas de sus cuentas. Encontró el nombre de Dulce Anaid Sánchez, quien lo había llevado al sitio en donde lo secuestraron. Así se fue desenvolviendo la maraña.

Polo Páez Medina, “El Hardy”, había coordinado el secuestro desde el Reclusorio Oriente (lo habían metido por robo); Mauricio Armando Sánchez García, “El Ingeniero”, hacía las llamadas de negociación desde el penal de Chetumal. La célula estaba compuesta por al menos diez personas (dos siguen prófugas).

Solo entre mayo y junio de 2020, “El Hardy” hizo 881 llamadas desde su celular y desde el Reclusorio Oriente: era precisamente el periodo en el que ocurrió el secuestro. Fue enviado a un penal federal de Durango, pero solo durante unos meses: a través de distintos enredijos legales, y según el despacho encargado del caso, a solicitud de la Coordinación de Prevención y Readaptación Social, se determinó que “El Hardy” fuera enviado al Centro Penitenciario de Chalco en donde, dice el despacho, tuvo también varios contactos telefónicos con internos relacionados con el secuestro.

El despacho asegura que el domicilio de la señora Gabriela ha sido grafiteado con códigos que se ubican como claves criminales “para posibles amenazas o afectaciones”. Ella ha solicitado alguna protección. La respuesta es que eso no es posible.

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