Hasta el 15 de julio pasado, el presidente López Obrador había mencionado a Felipe Calderón más de 800 veces. Desde que comenzó su mandato, hasta la fecha arriba citada, solo en unas 90 “mañaneras” el nombre de Calderón no salió a relucir.

López Obrador hizo de Calderón su némesis. Aunque alguna vez confesó que lo había perdonado por “robarle” la Presidencia en 2006, en realidad no logró olvidarlo. Según el conteo de SPIN, ha mencionado más veces al expresidente panista que a su héroe de cabecera, Benito Juárez, con quien sueña en convertirse y a cuyo lado aspira a ocupar un sitio de honor en esa forma de la eternidad que es la Historia.

Ha mencionado a Calderón incluso más veces que a Francisco I. Madero, a cuyo lado suele colocarse en la lista, elaborada por él mismo, de los presidentes “más atacados” de México.

Calderón, Calderón, Calderón. López Obrador construyó su campaña cuestionando la estrategia calderonista en el combate al tráfico de drogas. “Comandante Borolas”, lo llamó con sorna, al referirse a la forma en la que el expresidente había portado el uniforme militar. López Obrador hizo de Calderón un meme.

Lo acusó de intentar resolver el problema de la violencia sacando al Ejército de los cuarteles. “Soldadito de chocolate”, lo llamó.

Ha circulado ampliamente el video, grabado en abril de 2010, en el que el López Obrador de entonces rechazó que el Ejército supliera “las incapacidades de los gobiernos civiles”. Doce años después, aquel mensaje se ha convertido en una joya:

López Obrador decía que todavía hoy Juárez seguía gobernando con el ejemplo, y que una de sus mayores enseñanzas, y al mismo tiempo una de las menos conocidas, era que al terminar la guerra de Reforma consistió en ordenar que los militares entregaran de nuevo el poder a los civiles.

“El presidente Juárez sabía que no podíamos apostar a una república militar, sino a una república civilista. Esta es una enseñanza mayor. Nos debe servir para entender que no es con el Ejército como se pueden resolver los problemas de inseguridad y violencia”, dijo.

AMLO criticó en ese video que en el gabinete de seguridad estuvieran el secretario de la Defensa y el secretario de Marina, y no el de Desarrollo Económico, el de Salud, el de Educación. Escuchen estas líneas de brillante civilismo:

“No podemos aceptar un gobierno militarista, esto no le conviene ni siquiera a la misma institución militar… en estos tres años se ha deteriorado mucho la imagen del Ejército porque los han lanzado a la calle, a una aventura, toda una estrategia fallida… Podemos tener un soldado en cada esquina, pero si no hay empleo va a seguir habiendo inseguridad y va a seguir habiendo violencia…”. 

Concluía López Obrador:

“Que no se utilice al Ejército para suplir las incapacidades de los gobiernos civiles… que regresen los soldados a los cuarteles, este es un asunto que se tiene que resolver de otra manera”.

AMLO sostuvo aquel discurso hasta llegar arrolladoramente a la Presidencia en 2018. Una y otra vez repitió que había recorrido el país municipio por municipio, y que conocía como nadie la problemática, las necesidades del pueblo de México.

Tenía razón en rechazar la militarización del país: el Ejército llevaba dos sexenios en las calles y México seguía devastado por la violencia: 120 mil muertos en el sexenio de Calderón; 156 mil durante la administración de Peña.

Esa cifra inédita de muertos, más de 270 mil, ¿no era la prueba palpable de que la estrategia de tener al Ejército en las calles había fracasado estrepitosamente?

Calderón alegó que recurrió al Ejército para tratar de remediar la crítica situación que heredó de las administraciones anteriores: un país con territorios enteros tomados por el narco. Hoy se ha visto que fue una decisión funesta: no redujo el tráfico de drogas, solo logró que los cárteles se pulverizaran en nuevas y más violentas organizaciones y se incrementaron como nunca antes las cifras de la violencia.

Hoy sabemos que a pesar de haber afirmado que conocía el país como ningún otro, López Obrador no tenía idea del México que iba a gobernar, ni mucho menos de la manera en la que podría “serenarlo”: ayer confesó, en uno de sus característicos raptos verbales, que cambió de parecer “respecto a regresar a los militares a los cuarteles en los primeros seis meses de gobierno, cuando me di cuenta del problema que me heredaron”.

Cambió de parecer, pero no lo dijo. Hizo lo mismo que Calderón y dejó que sus fanáticos y sus paleros se desnucaran echando maromas de altísimo grado de dificultad, mientras él avanzaba en sentido contrario a lo que había prometido, a lo que dijo que Juárez le había enseñado, a lo que fue la piedra angular de su campaña.

En solo cuatro años, López Obrador traicionó a sus votantes y se convirtió en su Némesis. Aún peor: Calderón sacó al Ejército a las calles. López Obrador sueña con meterlo a la Constitución.

Pobre país. Cada día más lejos de Juárez… y cada día más cerca del verdadero López Obrador.

 

@hdemauleon

 

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