En Grecia era harto famosa la taurocatapsia, en donde un bravío (o disparatado sujeto, según la óptica de cada quien) agarraba un toro por los cuernos y se impulsaba realizando una peligrosa maniobra, saltando sobre él para caer al otro lado. En China, hace más de 2500 años ya se celebraban espectáculos en los festivales de las cosechas, en donde se realizaban multitud de acrobacias para conmemorar la abundancia y prosperidad, y es un hecho que en la historia humana siempre han estado presentes los volatineros, prestidigitadores, juglares y titiriteros, cuyas habilidades para manipular la realidad y su amplio catálogo de artilugios y trucos les permiten salir avantes cuando montan su espectáculo.

Pues bien, a últimas fechas somos testigos de los administradores y clínicos acróbatas, que hacen uso de sus habilidades y destrezas en el campo de la prestación de servicios de salud, al enfrentarse a una realidad que ya no puede ocultarse: el desabasto en todas sus vertientes. 

Hace poco una dependencia oficial se apegó al principio de “Impossibilium nulla obligatio” (a lo imposible nadie está obligado), apelando al raciocinio de que si lo imposible no puede ser, la obviedad recae en que el deber hacerlo, tampoco puede ser. Siendo lo anterior el fundamento de que por firme y fuerte sea el poder, por auténtico que se estime su ejercicio o por cualquier consideración que se le dé o se pueda dar, siempre se aniquila cuando se enfrenta con el obstáculo de los límites de lo posible. Esto es el perfecto ejemplo de cuando una fuerza infranqueable se enfrenta a un objeto inamovible.

A pesar de estar de acuerdo en que el poder se torna impotente (y recae en lo absurdo) cuando se aspira a lo imposible, parecer ser que esto no aplica a la prestación de servicios de salud, pues ¿cómo se exige el hacer neurodiagnósticos prequirúrgicos sin estudios de imagen como tomografías o resonancias magnéticas?, ¿cómo se pide el integrar diagnósticos de enfermedades infecciosas sin material para cultivos microbiológicos?, ¿cómo se demanda el elaborar diagnósticos de enfermedades oncológicas sin herramientas de histopatología?, ¿cómo se reclama el brindar seguridad al recién nacido sin vacunas?, ¿cómo se pide mejorar la calidad de vida del nefrópata sin hemodiálisis?, ¿cómo se obliga a dar apoyo a una hemorragia obstétrica sin sangre o sus componentes?, ¿cómo se presiona a dar soporte al enfermo de VIH sin medicamentos antirretrovirales?, en fin ¿cómo se puede demandar el ejercer el acto médico, de enfermería o clínico en general, si no se cuenta con las herramientas indispensables?

Esto es a lo que se enfrenta el personal de salud día con día: a la obligación de proporcionar un servicio de calidad, pero sumergidos en una realidad carente de recursos básicos, lo cual integra un verdadero absurdo. No es paranoia, no es exageración y no es un mito el aseverar que no se están prestando servicios de salud integrales y acordes a los requisitos mínimos indispensables para ser seguros, por limitantes sustanciales y graves en la accesibilidad a tecnología, materiales, insumos y capital humano en todas sus vertientes.

Los procesos asistenciales institucionales se han vuelto atropellados, poco estructurados, improvisados y por ende inseguros, pues se somete a este ejercicio de acrobacia o prestidigitación el poder hacer posible lo imposible, al maniobrar con recursos limitados, inadecuados, inoportunos o disfuncionales, en el afán de al menos “hacer algo” por los pacientes o brindar una paupérrima alternativa de solución o paliativo clínico o administrativo, todo lo anterior con el detrimento de la imagen de las instituciones de salud y de los prestadores de servicios.

Todos los días y a todas horas se hacen malabares para proporcionar atención asistencial médica con lo poco que hay, pero incluso al mejor malabarista se le caen sus mazas y bajo esta alegoría esa maza caída puede ser un padre, una madre, un hijo, un trabajador o usted o yo. Exijamos entonces lo propio como sociedad, que es una atención médica de calidad, basada en un financiamiento robusto y abastecimiento oportuno. Es tiempo.

Dr. Juan Manuel Cisneros Carrasco, Médico Patólogo Clínico. Especialista en Medicina de Laboratorio y Medicina Transfusional, profesor de especialidad y promotor de la donación altruista de sangre.

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