“Ya vamos a pasar de la fase de la austeridad republicana a una fase superior, que es la pobreza franciscana”.
Andrés Manuel López Obrador
El presidente López Obrador se enorgullece de haber pasado de la austeridad republicana a la pobreza franciscana. Pero es nada más en la palabra y en los gastos que no le gustan. La verdad es que no ha habido austeridad. El gasto ha aumentado y se elevará más el año que viene.
En 2018, último año de Enrique Peña Nieto, el gasto neto pagado federal fue de 5 billones 447 mil millones de pesos. Para 2022 el Congreso le aprobó a AMLO 7 billones 48 mil millones de pesos. Para 2023 López Obrador está solicitando un gasto neto de 8 billones 257 mil millones de pesos, 11.6% real más que lo autorizado en 2022. De aprobarse el presupuesto como está, y sabemos que al Presidente no le gusta que le cambien ni una coma, el gasto en 2023 será 52.6% mayor que el último de Peña Nieto.
Austeridad no es. Los recortes solo se han ejercido en aquellos rubros y programas que no le gustan al Presidente. Por decreto ha bajado los sueldos de los altos funcionarios, pero como herramienta para deshacerse de especialistas y contratar a colaboradores sin capacidad o experiencia. También ha apretado los presupuestos en servicios públicos, desde el mantenimiento de carreteras hasta compras de medicamentos pasando por citas en el SAT, que son una de las principales razones por las que pagamos impuestos.
El Presidente ha recortado, de manera ilegal, el gasto del Instituto Nacional Electoral, al que le tiene un odio especial, pero ha permitido que se disparen los costos de Dos Bocas y el Tren Maya. Cuando se le cuestionó sobre la explosión de gasto en Dos Bocas su respuesta fue: “Hubo un incremento en el costo de la refinería porque no se contemplaron originalmente equipos que se necesitan y se amplió el presupuesto”. Así de simple.
El gobierno está gastando más, pero además está gastando mal. Este 2022 ha dedicado enormes cantidades a subsidios que quizá generan un alivio temporal a ciertos problemas, pero no los resuelven de fondo. Está usando 430 mil millones de pesos para subsidiar gasolinas, 73 mil millones de pesos para subsidiar la electricidad, 68,900 millones de pesos para controlar los precios de los alimentos, incluyendo 11,400 millones de pesos en el pacto con las empresas para limitar las alzas en los precios de los alimentos, 29,900 millones de pesos en el programa de siembra de árboles, 14 mil millones para apoyar a pequeños agricultores, 5,200 millones de pesos para regalar fertilizantes, 2,750 millones de pesos para congelar peajes de autopistas. Estos subsidios pretendían reducir la inflación, pero esta ha seguido avanzando. Lo que sí han hecho es generar distorsiones en la economía que, de no ser corregidas, tarde o temprano estallarán en una crisis.
Para el 2023 el gobierno está presupuestando 335,499.4 millones para pensiones a adultos mayores, 83,638.9 millones para becas, 37,136.5 millones para Sembrando Vida, 27,052.9 millones para La Escuela es Nuestra. Son programas cuya eficacia no ha sido medida. El Presidente simplemente ordena que se apliquen sin evaluación. Son ocurrencias, más que programas sociales.
No, no estamos viendo un gobierno austero, mucho menos con pobreza franciscana. Vemos a un régimen que desperdicia recursos sin ton ni son. Quizá el propósito es comprar votos, porque para eso sí sirven estos subsidios. Hay intención de generar más pobres, para comprar sus votos, pero no de rescatar a más mexicanos de la pobreza con empleo y producción.
El rostro
En un viaje por carretera a San Miguel de Allende, Guanajuato, nunca sentí que hubiera dejado la ciudad de México. El rostro de la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, me acompañó siempre en espectaculares de la revista Mundo Ejecutivo. ¿Puedo preguntar cuánto costaron y quién los pagó?
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