Disparos en la sala de urgencias
Vivo desde hace 15 años a tres cuadras del Hospital Pablo de Anda y varias veces he estado en su área de urgencias, un espacio pequeño y discretamente acondicionado. También me atiende una doctora que tiene su consultorio en el sanatorio y al establecimiento de exámenes médicos que hay en el segundo piso he acudido más veces de las que pueda acordarme.
Puesto que siempre lo han permitido, aunque la última vez que lo hice me regañaron, apenas la semana pasada, siempre he entrado al sanatorio por el área de urgencias, que me queda mucho más a mano que la entrada principal.
Por todo ello, podrás imaginar mi impresión la medianoche del miércoles cuando nuestro coordinador de información policiaca nos precisó en el chat que no era que una persona herida en un ataque en la colonia Buenos Aires hubiera fallecido en el hospital, sino que en el área de urgencias se había producido otra balacera en la que había resultado muerta una mujer. Después sabríamos que era la pareja de la primera víctima.
“Se oyeron como 10 plomazos, bien feo”, me dijo la persona que atiende la entrada de nuestro edificio. Había hablado ya con mi esposa, que afortunadamente no se había dado cuenta de los hechos y le expliqué que me retrasaría. “Ya ves, la violencia”, comenté sin detalles. Ya al otro día le platiqué dónde había sido todo.
Un querido amigo nos platicaba hace pocas semanas cómo en Colombia analizaron la forma en que la violencia se aproxima a nosotros. Primero sabes que algo pasó, la siguiente ocasión te lo cuenta alguien conocido y así hasta que todo ocurre a tres cuadras o en la puerta de tu casa. Igual pasa con las víctimas de las agresiones, pasan de ser un nombre a un amigo que estimas.
Todo esto que les platico ocurrió mientras el País discutía la decisión del presidente Andrés Manuel López de trasladar la Guardia Nacional a manos de los militares, que supuestamente formarán ¡al fin! una corporación que garantice la seguridad de los mexicanos, la cual volverá algún día -que supongo lejano- a manos de los civiles.
El mismo jueves que publicamos la nota del ataque al hospital, Raymundo Rivapalacio consideraba que había sido un acierto del líder nacional del PRI, Alejandro Moreno, respaldar la estrategia de López Obrador por una sencilla razón: más allá de los debates conceptuales, la mayoría de la población está harta de la violencia, evalúa positivamente al Ejército, la Marina y la Guardia Nacional y no le importa por ahora que intente hacer lo que policías de todos los órdenes no han logrado: someter a los hampones. Que no están ni mucho menos capacitados para hacerlo hasta yo lo entiendo, pero la discusión es otra.
A la 1:20 de la mañana del jueves, la más elemental sensatez se impuso y frené mi impulso de asomarme al lugar de los hechos. Igual no hubiera podido, una patrulla de la Policía Municipal cortaba el paso en la esquina de Israel y Jordán, una cuadra antes de la entrada de urgencias. Me imaginé el espanto que debió producir la balacera en un lugar que por lo general, a las 10 de la noche luce desierto. El terror de las religiosas, enfermeras, médicos y pacientes…
Por cierto, al hombre herido en el ataque original lo trasladó a otro hospital un convoy de militares y efectivos de la Guardia Nacional. ¿Militares en las calles, sí o no?
El adiós de un símbolo
Del llanto al aire de Martha Debayle en su programa al airado reclamo por el pasado colonial del Reino Unido que hizo el venerable rocanrolero Roger Waters (apúntalo por favor como un posible invitado a los eventos de Palacio Nacional), la muerte de Isabel II conmocionó al mundo entero.
Desde que veo información digital, no recuerdo un tema que haya conquistado de esa manera el espacio de las ediciones de los medios. No es necesario mencionar a los británicos, pero lo mismo en The New York Times que en Reforma o en AM, la muerte de la Reina causó un interés generalizado que sorprendió a muchos e irritó a algunos, que lo consideraron exagerado y una muestra de nuestra sumisión ideológica.
Como tantos han comentado ya, el secreto del éxito y la duración de su reinado fue la discreción. Isabel II accedió al trono en 1952, siete años después de terminada la II Guerra Mundial, en una nación orgullosa de su triunfo pero devastada por las consecuencias del conflicto.
Con tropiezos que ya han detallado conocedores de todo el mundo (vaya aquí un ejemplo), Isabel II imprimió finalmente a su reinado un tono de mesura y profesionalismo que trajo consigo el creciente respaldo de los británicos (poner súbditos me subleva), la duración de su gestión y que fuera conocida en el mundo entero, lo que en última instancia explica el impacto provocado por su muerte.
¿Tienen futuro las monarquías? Es un misterio que el tiempo resolverá. La historia de Isabel II nos lleva a pensar que es posible, pero los desplantes que de inmediato le vimos al Rey Carlos III podrían apuntar en sentido contrario. Un buen ejemplo de este dilema es el del rey Juan Carlos I de España, al que durante muchos años recordamos cómo el valiente estadista que salvó a la naciente democracia española de los nostálgicos del franquismo y acabó convertido en el corrupto que recibió un moche gigantesco (¡100 millones de dólares!) de uno de los gobiernos más despreciables del mundo, lo depositó en las cuentas de su amante y ahora pelea con ella que parece encaminada a quedarse con él. Pese a las buenas intenciones de su hijo, Felipe VI, y al arraigado conservadurismo de muchos españoles, se ve difícil que su hija, la princesa Leonor, vaya a llegar sin problemas al trono.
(Además de que es hija de una plebeya, dirían los monárquicos).
¿Qué ver, qué leer?
Leo mis alertas al despertar este domingo y me encuentro con la noticia del fallecimiento del escritor español Javier Marías.
La siento como una pérdida cercana. Aunque confieso que no he leído ninguno de sus libros, durante años fue para mí un rito comprar el periódico El País los domingos, separa su revista semanal y leer a Marías, cuyo ácido punto de vista disfrutaba siempre, sobre todo por el hecho de que con frecuencia coincidía con sus puntos de vista. El tránsito al mundo digital no modificó mis hábitos, mantengo mi suscripción al periódico y seguía leyendo al escritor, hijo de uno de los más destacados discípulos de Ortega y Gasset, Julián Marías.
Como la reina Isabel II, que dos días antes de su muerte seguía activa, Marías publicó apenas en marzo su obra más reciente, “Tomás Nevinson”, que cosechó elogios por todas partes. Veo también que El País adelanta la que sería su próxima colaboración en “La zona fantasma”, es decir, la última página de la revista, que el autor dejó lista antes de sus tradicionales vacaciones de agosto.
Se le echará de menos.
MCMH