“Elegante es aquel hombre que no hace o dice cualquier cosa, sino que hace lo que hay que hacer y dice lo que hay que decir”.

José Ortega y Gasset

 

El filósofo José Ortega y Gasset trataba temas aparentemente mundanos. Le preocupaba la corrección y la elegancia, no como maneras o modales ni tampoco como formas de vestir o poseer. Buen observador de la naturaleza humana, comprendía que la aristocracia pertenece a quienes más se esfuerzan, a quienes dan lo mejor de sí. Nada que ver con la herencia de sangre ni la riqueza de bienes. 

Viene esto a cuento porque nos inundan las noticias sobre la muerte de la reina Isabel II de Inglaterra. El fin de semana todos los periódicos, noticieros de radio y televisión dedican el mayor espacio y tiempo al fallecimiento de la soberana de 96 años. Hay datos formales sobre el sentido de la Corona en la historia del Reino Unido. También brota el cotilleo forjado en las revistas del corazón y las series y películas sobre el tema. 

La noticia desbordó a todos los medios ingleses. Pero también fue nota mundial y sorprendió, por ejemplo, que Vladimir Putin fuera el primero de los líderes en dar el pésame. El detalle o los detalles del suceso los podremos digerir durante varios días pero hay una primera impresión común en casi todos los comentarios y columnas sobre el tema: la reina Isabel era una mujer sobria y juiciosa que atendió su posición con amor al deber y a “su pueblo”. 

Era elegante en el sentido orteguiano: la mayor parte del tiempo decía lo que debía y hacía lo que tenía que hacer. No fueron sus trajes ni sombreros, ni la elaborada etiqueta de la Corona lo que le dio prestigio mundial. Sus hijos gozaron del mismo entorno pero nunca asumieron el papel que deberían a cambio de los privilegios que tuvieron. 

Si escuchamos a los comentaristas de las estaciones londinenses, nos damos cuenta de la reverencia, respeto y maravilloso lenguaje con el que se expresan de su difunta reina. Para el resto del mundo la Corona Inglesa es un espectáculo que llega por Netflix o por el cine con la extraordinaria producción de “La Reina”.  Interpretaciones muy cercanas a la realidad política y social de la realeza inglesa. 

Hace unos años, con el desdoro de la conducta errática de los descendientes, con las demandas a Andrés por abuso sexual a menores y la exhibición pública de la relación de Diana y Carlos, había reclamos de acabar con “la farsa fincada en privilegios ajenos a la lucha diaria que enfrentan la mayoría de los ciudadanos”.  La monarquía debería dar paso a valores republicanos. 

Al final, como todo espectáculo con tanta audiencia, los chismes de la monarquía y sus cortesanos resultaron buena propaganda para el Reino Unido. Ningún símbolo de reino alguno tiene la prominencia y la utilidad para una nación como  la Corona Inglesa. 

De regreso a Ortega y Gasset, hay que valorar el lenguaje, las formas y la contención que la reina mostró durante siete décadas. Una buena enseñanza para cualquiera. El esfuerzo por cumplir con las expectativas de sus súbditos la llevó a mantener serenidad ante los embates de la popularidad de Diana o las presiones de los ministros por obtener su favor. Aprendió de Winston Churchill las primeras lecciones de política y mantuvo una saludable distancia de las ideologías del momento. Con la flema y el pragmatismo del pensamiento inglés de Bertrand Russell, comprendemos que fue una soberana útil para su pueblo, la mayor parte del tiempo. Al igual que Isabel I, forjadora del imperio, superó con creces las expectativas de su pueblo.  

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *