Hace un poco más de doscientos años, el gran ensayista inglés William Hazlitt publicó un texto breve sobre la indignidad de la corte que circunda al déspota. El tirano suele rodearse de serviles que se carcajean con cuando suelta alguna gracejada. Cada opinión del autócrata es celebrada como un juicio genial. Y aparecen así los intérpretes de su insondable sabiduría. Lo que dice el hombre del poder se convierte en la medida de la justicia, de la verdad, de la belleza. Al soberano le han cedido su raciocinio. De ese modo, la corte se presta a encumbrar el tropiezo del príncipe como un ejemplo de su admirable agilidad.
“El hombre es un animal que traga sapos,” dice Hazlitt en ese ensayito. Más que la ambición de conquistar el poder, lo que nos caracteriza es la ilusión de estar cerca de él. Nos maravilla el brillo de las coronas y sentimos que, el estar cerca de ellas, es el mejor premio que podríamos conquistar. “Al más terrible despotismo corresponde la sumisión más abyecta.” La corte enaltece como divinidad al poder para cubrir su propia indignidad. Tal vez exista una propensión humana a la adoración de los ídolos. Las bestias más destructivas suelen ser las más adoradas. El terror, la intimidación arrasan con la inteligencia y el decoro. Es lo que él llama el impulso de idolatría, la necesidad de agachar la cabeza ante lo venerable. “Mientras mayor sea la mentira, con mayor entusiasmo habrá que creer en ella.”
La corte de los lacayos le ha obsequiado al Presidente de México una violación a la Constitución. El Presidente tiene claro que la reforma a la ley de la Guardia Nacional contradice, no solamente sus promesas, sino el texto de la Constitución. Los legisladores de su partido lo tienen claro: la reforma viola la Constitución. El Presidente y los suyos no lo ocultan: creen que es un orgullo violar la Constitución. Están convencidos de que es símbolo de una determinación que no se detiene ante nada. No detenerse por nimiedades como la ley suprema. El Presidente lo ha reconocido con cinismo: incapaz de cambiar la Constitución, la ignora y la viola. Se escuchó así, con todas sus letras en el Senado de la República. Estamos violando la Constitución porque el Presidente nos ha instruido a hacerlo. No podemos actuar como abogados, dijo un senador durante el debate. Si lo hiciéramos no podríamos darle al amo el regalo que nos ha pedido. No fue difícil para el Presidente conseguir la ofrenda. Manifestó su deseo y los suyos se apresuraron a satisfacer el capricho. Los caprichos del Presidente están muy por encima del texto de la Constitución.
Sobre la Constitución nada (a menos de que se trate de un antojo presidencial); sobre la Constitución nadie (salvo el Presidente, por supuesto). ¡Qué doloroso que una antigua ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación esté dispuesta a tragarse esos sapos! Qué pena que una carrera que abrió camino, termine de esa manera: tratando de inventar argumentos para justificar que la Constitución sea pisoteada. Es, en verdad triste que se ofrezca un prestigio bien ganado para la legitimación de un proyecto militarista y anticonstitucional. No extraña escuchar las tonterías de un senador que dice que no hay riesgo de militarización porque los buenos gobiernan y seguirán gobernando por mucho tiempo. No sorprende volver a escuchar la condena al pasado para evadir la responsabilidad del presente. Lo que extraña y desconsuela es que una mujer que se dedicó al cuidado de la ley, se preste hoy al abierto atropello de la Constitución con tal de no recibir el insulto del patán en jefe y seguir en el engaño de que participa en el glorioso renacimiento de la patria. No hay de qué preocuparse, dijo la senadora Sánchez Cordero, masticando un sapo enorme. De viva voz, la senadora convocó a una violación constitucional. Sus argumentos fueron risibles: estamos violando la Constitución, pero no crean que le estamos dando un cheque en blanco a los militares. Además, el Presidente es civil.
Algunos podrán ignorar el significado del atropello legislativo, pero una antigua ministra de la Corte sabe perfectamente lo que significa la coordinación del ejecutivo y del legislativo para violar abiertamente la Constitución. Cuando el capricho gobierna atropellando la ley reina el despotismo.