Los partidos liberales y conservadores son un invento hispanoamericano, imitado en el resto del mundo. Las listas mundiales compiladas por la Wikipedia (Partido Liberal, Partido Conservador) lo reflejan.

Aparecieron a raíz de la Independencia. El primero fue el de México (Partido Liberal, 1822), anterior a los liberales del Reino Unido, España y Japón. El primero conservador fue el de Venezuela (Partido Conservador, 1830), anterior al del Reino Unido, Alemania y España.

La palabra liberal se usó para elogiar lo noble, generoso y propio de los hombres libres. Luego significó: favorable a la libertad. En el siglo XVIII se aplicó a las doctrinas sociales, políticas y económicas que predicaban la libertad individual frente a los usos y costumbres, la Iglesia y el Estado. En el XIX se transformaron en partidos.

La pugna entre liberales y conservadores se dio en países católicos. Los liberales mexicanos eran católicos que se oponían al poder político y económico de la Iglesia. También abogaban por la libertad económica, contra las tradiciones gremiales y la intervención del Estado. Y por la libertad política.

Desgraciadamente, en México (no en los países que aceptaron el pluralismo y la alternancia en el poder), la pugna se transformó en guerra civil. Liberales y conservadores se satanizaban y excomulgaban mutuamente, querían que los otros desaparecieran. Prefirieron matarse que escucharse y aprender a convivir.

La guerra la perdieron los conservadores. El Partido Conservador desapareció. Pero así los liberales también perdieron. En primer lugar, porque valerse del Estado para imponer su ideología como única no es liberal. Además, porque negar legitimidad a la posición conservadora no dejó otra forma de ser conservador que disfrazarse de liberal. (En el siglo XX, disfrazarse de revolucionario, izquierdista y hasta demócrata.) El resultado fue la degradación de ambas posiciones. Ser liberal o conservador dejó de ser relevante.

Lo que se volvió relevante políticamente fue el secreto, la mentira y la corrupción.

Secreto. La masonería calcó elementos de la Iglesia y los gremios medievales: hermandad, fidelidad, ritos de iniciación, grados jerárquicos, secretos del oficio. La hermandad masónica fue decisiva en la política del siglo XIX. El secreto tuvo ventajas sobre la lucha abierta de partidos. Todavía en la primera mitad del XX, el ascenso a la presidencia y el grado masón 33 estuvieron relacionados.

Esa hermandad fue desplazada por otra en 1946: una especie de Gran Logia de los “compañeros de banca” de la Facultad de Derecho de la UNAM. Hay un pacto firmado por el estudiante Miguel Alemán, que llegó a ser presidente encabezando a sus compañeros de banca y les cumplió.

Mentira. Los políticos mexicanos no inventaron la demagogia, sino su forma institucional: la república simulada. Después de que la pugna entre los partidos Liberal y Conservador no llegó a una solución pacífica; después de dos intentos fallidos de suprimir la república con un emperador; Díaz inventó la república simulada: un emperador que oficialmente no lo era; un presidente liberal que integró a su liberalismo las posiciones conservadoras.

La sociedad, harta del caos y la violencia que imperaron a partir de la Independencia, decepcionada de los políticos liberales y conservadores, celebró la paz, el orden y el progreso que impuso Díaz, rodeado de tecnócratas positivistas: “Poca política y mucha administración”. Criticar esta solución, celebrada como especialmente mexicana, se volvió un crimen de lesa majestad. La política se redujo a grilla.

Corrupción. Con la Revolución volvieron el caos y la violencia. Y la misma solución: la dictadura pacificadora, ahora a cargo de Obregón y Calles. “No hay general que resista un cañonazo de $50,000” es una frase cínica que oculta un nuevo método pacificador. La corrupción se volvió el celebrado Sistema Político Mexicano. La sociedad aceptó la corrupción como un mal menor que la matazón.

Calles transformó los partidos revolucionarios regionales en un solo partido hegemónico: el Partido Nacional Revolucionario (1929). Cárdenas hizo la segunda transformación: el Partido de la Revolución Mexicana (1938). Alemán, la tercera: el Partido Revolucionario Institucional (1946). Y, en 2018, llegó la cuarta transformación: el Movimiento de Regeneración Nacional. 

 

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