El relato que un testigo protegido bajo el nombre clave “Carla” hizo a la fiscalía que investiga el caso Iguala, es brutal. “Carla” sostiene que el 26 de septiembre de 2014, mientras hacía labores de “halconeo” frente a La Pérgola de Iguala, se le acercaron a bordo de una patrulla clonada, la 03, tres integrantes de Guerreros Unidos.

Los identificó como “La Minsa”, “El Gallo” y Pérez.

Dijo que traían en la batea de la patrulla a uno de los estudiantes de la escuela normal de Ayotzinapa, al cual identificó como “El Chilango”.

Según la declaración, “Carla” le había enviado a uno de sus jefes, “El Peyton”, varias fotografías de los alumnos que aquella tarde estaban “boteando” a las afueras de Iguala. “El Peyton” le devolvió las fotos de tres de los alumnos, con la instrucción de que no los dejaran entrar a Iguala.

“Son Rojos”, le habría dicho.

Ahora los tres sicarios llegaban por “Carla” con uno de esos jóvenes atado de las manos con cinchos.

“Carla” afirma haber visto con sus propios ojos cómo “La Minsa”, “con una navaja 007 grandota que tenía, le quitó el rostro a El Chilango”. Dijo: “Miré cuando Minsa llevaba el rostro en la mano pues se alumbró la mano para que tomara una foto ‘El Gallo’, no sé a quién se la enviaron”.

La revelación de “Carla” ha despertado oleadas de indignación. Por lo que se conoce hasta este momento, nada garantiza, sin embargo, que corresponda a la realidad.

El cuerpo de este alumno, Julio César Mondragón, fue hallado a la mañana siguiente de los sucesos de Iguala en el llamado Camino del Andariego, una calle de terracería. La foto se publicó en diversos medios. Mostraba un rostro descarnado y sin globos oculares.

Se dijo que el alumno Mondragón había sido desollado a fin de que Guerreros Unidos pudiera mandar un mensaje a sus rivales. Se habló de “cortes limpios de piel”: algo que solo un sicario muy experimentado en esos menesteres podría haber logrado.

Los integrantes del GIEI no compartieron la versión de los “cortes limpios”. Uno de sus expertos sostuvo que al estudiante le habían disparado en la cara. Incluso, en cierto documental se dijo que la bala provenía de un fusil alemán, comprado ilegalmente por la Sedena y que esa noche se hallaba en manos de un policía.

Al mismo tiempo, un perito forense de la Coordinación Regional de la Zona Norte en el estado de Guerrero había señalado que las lesiones que el cuerpo presentaba en la cara eran resultado de la acción de la fauna del lugar. Nadie le hizo caso.

En el ya lejano 2016, la Comisión Nacional de Derechos Humanos presentó los resultados preliminares de su investigación del caso Iguala y abordó lo relacionado con el deceso del alumno Mondragón, a quien sus compañeros habían perdido de vista la noche de los hechos en una esquina de la calle Juárez.

La CNDH solicitó la inhumación del cuerpo —en la diligencia tomaron parte miembros del GIEI y del Equipo Argentino de Antropología Forense— y se practicó un estudio científico del caso, en el que participaron, entre otros investigadores, varios expertos en medicina forense.

Finalmente se emitió un dictamen. Concluyó que la muerte era consecuencia de múltiples traumatismos en el cráneo. Concluyó también que no habían ocurrido ni desollamiento, ni cortes limpios de piel, ni mucho menos disparos efectuados por fusiles alemanes comprados ilegalmente por la Sedena.

En realidad, las cosas habían sido tal y como las planteó desde un principio el perito de la Coordinación Regional al que nadie quiso escuchar: “La pérdida del tejido de la cara y cuello fue producto de la intrusión de la fauna depredadora del lugar”, atraída “por la presencia de líquido hemático”.

La acción de depredadores se confirmaba por la presencia, no solo de “bordes dentados en forma de ‘V’ en las lesiones de cara y cuello, característicos de la mordedura de roedores” (los cuales se confirmaron en las fotografías analizadas), sino también porque el hueso frontal y el borde inferior de la mandíbula presentaban rayados y arañazos en lugar “de la impronta que habría dejado un objeto filoso”.

En las fotografías tomadas en el lugar del deceso, se apreciaba además un lago hemático, en torno del cadáver, en el que se apreciaban huellas “que corresponden a almohadillas o cojinetes de patas de perro, lo que corrobora la presencia de fauna depredadora en el lugar”.

“No hubo acción humana”, señaló el encargado de la Oficina Especial para el Caso Iguala, José Trinidad Larrieta, al referirse a la ausencia de piel en el rostro de Mondragón.

Tras la aparición del informe, las especulaciones cesaron.

Pero somos de memoria corta… Y ahí vamos de nuevo.

(Cabe preguntar: ¿Con qué pruebas construye el caso Alejandro Encinas?)

 

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