Los mercados financieros del mundo reflejan la preocupación de inversionistas que empiezan a entender que la realidad que viene será radicalmente distinta a la de la década pasada. Esto se debe, primero, a que en ésta todos los bancos centrales del mundo imprimieron montañas de dinero para paliar las pérdidas ocasionadas por la crisis inmobiliaria de 2008. Al haber tanto dinero disponible, la tasa de interés (el “precio” del dinero) se colapsó, llegando a ser incluso negativa en algunos países. Cuando gradualmente empezaban a retirar la descomunal liquidez, vino la pandemia y forzó a otra ronda -mucho mayor- de estímulo monetario, acompañada esta vez de gasto público sin precedente, para permitir que los trabajadores tuvieran suficiente ingreso para permanecer en casa, sin arriesgarse al contagio por Covid, y para proteger a empresas y negocios de la quiebra, para que ofrecieran empleos una vez que la pandemia fuese superada.
Viene el ciclo opuesto. Por primera vez en 40 años, vemos inflación, debido a una inesperada combinación de factores. Primero, el estímulo fiscal llevó a que los estadounidenses tuvieran recursos de sobra para gastar mientras permanecían en casa. La demanda por cosas aumentó más de lo esperado, pues dejaron de demandar servicios (viajes, restaurantes, conciertos), la oferta se colapsó por la falta de insumos y transporte, mientras que la escasez de trabajadores -contagiados de Covid, permaneciendo en casa gracias a los cheques del gobierno, o buscando emprender negocios- ha provocado un alza en sueldos y salarios que ahora se refleja tanto en el precio de bienes como de servicios. Por si fuera poco, cuando las economías empezaban a estabilizarse, vino la invasión rusa a Ucrania, lo cual provocó alza en el precio de combustibles y escasez de granos que presionó al alza el de los alimentos.
El futuro es incierto. Las fuentes de crecimiento para la economía mundial se agotan. China, que fue casi un tercio del crecimiento mundial entre 2013 y 2018, sólo crecerá entre 2 y 3% este año. Viene también un proceso de racionalización en la inversión que, dada la artificial abundancia de recursos, mantuvo vivas a muchas empresas que debieron desaparecer. Los inversionistas toleraban su baja rentabilidad cuando las tasas de interés eran mínimas, pero está por regresar el proceso de “destrucción creativa” al que hiciera alusión el economista Joseph Schumpeter, y que hoy es crucial, pues habrá que financiar a las nuevas empresas y sectores que surjan de la profunda disrupción que se avecina.
México enfrenta un problema serio. Crecimos poco en sexenios previos, decrecimos cuando la economía de EU iba viento en popa el año antes de la pandemia, y a pesar del fuerte consumo de nuestros vecinos, no hemos recuperado el tamaño que teníamos en 2018. Se insiste en tirar carretadas de dinero que no tenemos en proyectos absurdos que no detonarán inversión privada, ni incrementarán nuestra productividad. Fuerzas armadas y Guardia Nacional han recibido más de 582 mil millones estos cuatro años y Dos Bocas más de 400 mil millones de pesos. Pemex nos cuesta 1.5 puntos del PIB.
El desperdicio de recursos va acompañado de políticas públicas obtusas, como la Ley de la Industria Eléctrica que es un pesado lastre que inhibe inversión internacional ávida de mover cadenas de suministro a México.
En el entorno que viene, nos será mucho más difícil crecer. Mientras le quitamos recursos a la educación pública para hacer refinerías, le economía del conocimiento despega a velocidad creciente. Este gobierno no ve el cambio que viene, ni entiende la gravedad de no intentar insertarnos en éste. Piensan en trenes y petróleo mientras el mundo invierte en inteligencia artificial, 5G, computadoras cuánticas, blockchain y en la edición del genoma humano.
Nuestra población envejece. De lo que hagamos ahora, dependerá que alcancemos la prosperidad necesaria para proveer salud y bienestar, pero también las oportunidades para nuestros jóvenes. Si fracasamos, condenaremos a generaciones enteras de mexicanos a un futuro de miseria perenne.
@jorgesuarezv