Hace aproximadamente un mes, el empresario José Alberto Cantero fue detenido por agentes de la policía municipal de Tijuana mientras circulaba por la carretera Transpeninsular. Los uniformados le pidieron que descendiera.

Sin razón aparente, lo esposaron y arrastraron hasta la parte trasera de la patrulla.

Desde ese momento, Cantero no volvió a ser visto.

Su cadáver calcinado apareció al día siguiente, 2 de septiembre de 2022, en una calle de la colonia Libertad.

La casa de los dos agentes involucrados en la desaparición del empresario —Martín Trinidad González y Esteban Galaz Gómez— fue cateada por la fiscalía. Un reporte del semanario Zeta indica que en la primera se hallaron 30 mil dólares y 137 mil pesos. En la segunda había casi ocho mil dólares.

En una ciudad en la que han ocurrido las peores cosas, el asesinato y calcinamiento de Cantero constituyó un hecho inédito: policías asesinando y desapareciendo a un empresario. Tijuana se cimbró.

Todo esto ocurría en medio de una estela de hechos violentos acaecidos incluso a la luz del día.

En el momento en que Cantero desapareció, la ciudad de Tijuana registraba una marca de mil 225 homicidios, ocurridos a lo largo de 2022. Solo en el mes de agosto se habían registrado 126 asesinatos y ejecuciones.

Hasta entonces, el rosario de muertes violentas ya era impresionante. Como no se veía en mucho tiempo.

Cuerpos hallados en cajuelas. Cuerpos desmembrados metidos en hieleras. Cuerpos envueltos en cobijas o en bolsas de plástico. Cadáveres con las manos atadas con cables. Huesos calcinados (como los hallados en el Cañón de las Carretas), y cadáveres acribillados o con cortes en el cuello. Homicidios dobles y triples.

Y al mismo tiempo, el segundo lugar nacional por cada 100 mil habitantes en materia de feminicidios: 3.5 veces arriba de la tasa nacional.

A mediados de agosto, el presidente López Obrador visitó Tijuana, luego de que la ciudad gobernada por la morenista Montserrat Caballero se viera envuelta en una serie de bloqueos y quema masiva de vehículos y locales comerciales. Caballero había achacado estos hechos al crimen organizado, y pronunciado un discurso lamentable:

“No vamos a permitir que un solo ciudadano tijuanense pague las consecuencias de quienes no pagaron sus facturas. Les pedimos que cobren las facturas a quienes no les pagaron lo que deben”.

Durante su visita a Tijuana, el Presidente de México dijo sentirse seguro en la ciudad: “Llegué al mismo hotel, sin seguridad, no traigo escoltas, no traigo carro blindado, no tengo nada qué temer”.

Aseguró que los hechos de violencia recién ocurridos buscaban “afectar el proyecto de transformación” y “mandar el mensaje de que Baja California, pero no solo Baja California, está en llamas”.

Afuera del cuartel en donde el Presidente lanzaba su discurso, un grupo de manifestantes lloraban, oraban y pedían un cambio en la política de seguridad. El Presidente arguyó que todo obedecía a “propósitos políticos”.

Al mes siguiente, septiembre, se cometieron en Tijuana no 126, sino 166 homicidios.

El Cártel de Sinaloa, el Cártel Jalisco y el Cártel de Tijuana peleaban calle a calle el control de una ciudad por la que pasan los mayores cargamentos de fentanilo y otras sustancias hacia Estados Unidos: en septiembre, por ejemplo, se decomisaron 600 kilos de metanfetaminas que eran llevados a la frontera dentro de “toppers”.

El horror siguió su curso. En un mismo día fue encontrado dentro de un refrigerador el cuerpo destazado de un hombre: los vecinos se habían quejado de la fetidez que salía del domicilio de este, y notaron extrañados que la televisión seguía encendida.

Horas más tarde se reportó el hallazgo de otro cuerpo dentro una maleta, a las puertas de una escuela primaria, y poco después apareció el torso de otra persona en una calle de la Zona Norte.

A finales de septiembre, Tijuana superó los mil 500 muertos. Empresarios y organizaciones civiles aseguran que, mientras la lucha entre los cárteles se recrudece, la policía municipal terminó vendiéndose al mejor postor.

Van 24 homicidios en los primeros cinco días de octubre. La relación entre el Gobierno del estado y el Gobierno municipal se ha quebrado “por politiquerías”, y no existe colaboración de la policía estatal.

La ciudad está llena de militares (llegaron 400 elementos más en julio) y al mismo tiempo está llena también de cadáveres y de cuerpos mutilados.

Las autoridades pregonan una reducción en el número de homicidios. Pero ni así sale Tijuana del top 10 de las ciudades más peligrosas del mundo.

 

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