“La broma en aviación es: si quieres ganar un millón, más te vale empezar con 10 millones”. 

Bruce Dickinson

No sé si Andrés Manuel López Obrador ha sido un buen presidente, de lo que no me cabe duda es que ha sido un pésimo empresario. Sus inversiones con dinero público en el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, la refinería de Dos Bocas y el Tren Maya están condenadas a perder grandes cantidades de dinero, no solo por los sobrecostos, sino por la falta de demanda. El ocultamiento de información de otras empresas, como Gas Bienestar y Birmex, sugiere que también están perdiendo. Otras, como Litio para México, Litiomx, difícilmente despegarán.

Esto no ha arredrado al mandatario, quien ha anunciado una nueva empresa gubernamental, una aerolínea comercial, que entregaría a la Secretaría de la Defensa para evitar una privatización posterior. Dice que es muy fácil: “No nos significa mucha inversión, prácticamente nada, porque tenemos los aeropuertos, contamos con la experiencia de la Fuerza Aérea, desde hace mucho tiempo hay talleres, hay pilotos, hay mecánicos, o sea, ya tenemos lo fundamental. Es rentar 10 aviones. Ya se está haciendo el análisis sobre el costo-beneficio y resulta que la empresa logra su punto de equilibrio o empieza a tener utilidades a un poco más de un año”.

Este optimismo solo revela ignorancia sobre la aviación comercial. A Alan Greenspan, el economista y banquero central estadounidense, se le atribuye el comentario: “La única industria que, una vez sumado todo, arroja más pérdidas que ganancias en la historia es la aviación comercial”. Un viejo chiste en la industria dice que “la mayor aportación económica que pudieron haber hecho los hermanos Wright a la aviación comercial habría sido matarse en sus vuelos de prueba”. El carácter altamente cíclico de la demanda, aunado a las fuertes fluctuaciones en los precios de los combustibles, son dos de las razones; pero a ellas hay que añadir la inclinación de muchos gobiernos por crear aerolíneas subsidiadas que generan competencia desleal, exactamente lo que quiere hacer López Obrador. A los gobernantes, como a los niños, les encanta jugar con trenes y aviones.

Al presidente todo le ha parecido siempre fácil. Para producir petróleo hay que enterrar un tubo, un “popote”, y esperar a que brote el crudo: “¿De cuándo acá se requiere tanta ciencia para extraer petróleo?”, dijo AMLO en un video antes de llegar al poder. “No tiene mucha ciencia gobernar”, declaró en junio de 2019. No es extraño que hoy le parezca tan fácil crear una aerolínea.

Será, sin embargo, mucho más difícil construir una aerolínea rentable que vender el avión presidencial, que también consideró fácil. Arrendar aviones parece sencillo, pero los contratos son muy costosos y de largo plazo. Si los cálculos de ocupación y precios no son precisos, la nueva aerolínea podría perder enormes montos, aun en buenos tiempos para la actividad. No en balde han quebrado tantas aerolíneas nacionales e internacionales. Lejos de ser un apoyo para las pensiones de los militares, Sedena Airlines puede convertirse en un nuevo lastre para las finanzas públicas, como Mexicana y Aeroméxico lo fueron cuando estuvieron en el sector público.

Lo paradójico es que este nuevo intento por crear una aerolínea gubernamental que compita con las privadas tiene lugar cuando México ha sido degradado en su calificación aeronáutica por Estados Unidos. Sin embargo, en vez de concentrar todos los esfuerzos en recuperar la categoría 1, el presidente quiere jugar con sus propios avioncitos.

Tatiana

“Mi posibilidad de sumarle al equipo está agotada”, dijo Tatiana Clouthier en su carta de renuncia. La decisión tiene lugar en un crucial momento en las consultas con Estados Unidos en el marco del T-MEC por las nuevas reglas energéticas mexicanas. El peor error sería nombrar a alguien sin experiencia como tercer secretario de economía de este gobierno.

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