Tomó a tres generaciones de mexicanos, luchar, hasta conquistar, la posibilidad de que un gobierno con una plataforma popular, llegara al poder en el 2018. Se trataba de dejar atrás la desesperanza que tuvimos con la alternancia del 2000 después de haber batallado por décadas contra el dinosaurio corrupto del PRI.
Sí, aquí y en muchos espacios más, defendí la causa y al líder desde su desafuero y a las organizaciones civiles y su expresión política en coaliciones políticas de izquierda. La euforia del triunfo tan esperado llegó para que lo celebráramos en el Zócalo, por fin. Ya sabíamos que era un necio conductor de un movimiento que aglutinaba desde la izquierda histórica y sus tribus en el PRD, hasta los oportunistas que escapaban del PRI y del PAN, creando todos, un movimiento que prometía darnos esperanza para un futuro donde cupiéramos todos.
Pero erramos al confiar todo por completo en ese líder mesiánico, soberbio, lleno de odios y rencores; incapaz de poder convocar y gobernar para todos. Dispuesto a incluir en el movimiento a lo más fétido y repugnante del priísmo como a Gómez Urrutia, a Layda Sansores, a Manuel Bartlett y a un círculo proveniente, como él, de las entrañas del PRI. Resultó un destructor de instituciones de contrapesos; un desmantelador de todo y todos los que actuaran o pensaran diferente a él. Sus promesas se fueron transformando en discursos útiles solo para la victoria. En su diario hablar se dedicó al ataque, a la amenaza, a lanzar ofensas al prójimo. Manipulando el discurso cristiano, utilizó analogías para que fuera reconocido como el mesías popular de un pueblo que requería dádivas para venerarle.
Retomó los apoyos sociales que tanto criticamos por décadas al PRI para tener a un mercado cautivo de votos. Militarizó al País cuando era la civilidad la cimiente del pensamiento liberal. Pasó de incluir en su gabinete a probados expertos a cantidad de improvisados con la sola virtud de ser incondicionales. Olvidó la selva maya, de la que prometió no tirar “un solo árbol”, para consumar un real atentado ambiental. Destruyó un aeropuerto en construcción para iniciar otro, dilapidando recursos públicos. Hizo una rifa que no tenía avión. Secó al Gobierno federal, para acabar con fideicomisos y dejarlo sin capital de trabajo con oficinas franciscanas.
Incapaz de reconocer un error, para su visión del mundo, donde “hay otros datos”, echó las culpas siempre al pasado, para crear un discurso útil donde él es solo la víctima de los malos. Con sus burlas socarronas que nos enseña a diario, no pudo negar el espiar con el ejército a periodistas y desdeñar a la sociedad civil y al periodismo que antes estuvo con él. Para él no hubo masacre, aunque rebasó con mucho en muertos a sus antecesores. Menospreció la pandemia para decir que “nos cayó como anillo al dedo” con sus 600,000 muertos. En su mundo, fue incapaz de rectificar, de sumar y multiplicar. Solo enseñó a restar y a dividir.
Lejos estuvo su promesa de unir a este maravilloso País, para solo buscar gobernar para una nueva “mafia del poder” con familiares y leales. Formó esa tríada invencible que nos gobernará por las siguientes décadas: el ejército empoderado de la vida civil, el padrón de 30 millones de apoyos sociales hechos voto y los cárteles que controlan territorios y elecciones. Nadie ya del movimiento se ha atrevido a hacer una crítica o a levantar la voz. Es el priísmo reencarnado para la manipulación de la voluntad del pueblo. Ni quien se atreviera, a denunciar la consecuencia de que las siguientes generaciones vivan la militarización de la vida nacional que es irreversible.
Frente a la realidad del País que no ha crecido más allá del 1%, cuando nos prometió el 6% para decir que el crecimiento no importa, sino la felicidad, se termina su ciclo en esa, su manera de ser de sureño, de que el gobierno debe darnos todo viendo al pasado para reclamar al cielo por las desgracias, es que invoco desde aquí al futuro y a las siguientes generaciones para que, con su emprendimiento y esperanza, luchen para que en el futuro tengan una vida plena y bienestar. Soy de los que me arrepiento de mis tres votos en el pasado por él. Abandono la porra.