Posiblemente el más extraordinario filósofo antiguo sea Parménides de Elea quien vivió aproximadamente entre los años 515 a. C. y 450 a. C. Parménides fue contemporáneo de Heráclito de Efeso (c. 540 a. C., c. 480 a. C.), otro famoso filósofo, conocido como “Heráclito el oscuro” quien formuló una serie de famosos aforismos o pronunciamientos. 

Ambos pensadores pertenecen a un importante grupo de filósofos llamados “presocráticos”. Aunque este nombre sugiere que vivieron antes de Sócrates en realidad se utiliza para designar los intereses filosóficos de ellos y no tanto su temporalidad respecto a Sócrates pues hay filósofos de este grupo que de hecho vivieron después de Sócrates (470 a. C., 399 a. C.).

A diferencia de Heráclito, Parménides es notable por ser el primer filósofo en argumentar y sus argumentos sorprendentemente podían ir en contra del más evidente sentido común.  Por ejemplo, mientras que para todo mundo es claro que nuestra fuente de información del mundo externo son nuestros cinco sentidos (gusto, vista, olfato, tacto y oído) y que con esta información podemos reconocer, digamos, que un objeto se está moviendo o se está quemando, Parménides, de modo asombroso, argumentaría contra todo sentido común, que el movimiento y el cambio no existen y que solo son una ilusión de nuestros sentidos.

Con esto Parménides identifica el pensar con el ser y así se inicia el movimiento idealista.  Este movimiento sigue teniendo hoy en día en todo el mundo la más elevada repercusión e importancia filosófica.  Son muchos los filósofos y corrientes filosóficas (y religiosas) que desde entonces se adhieren a una u otra forma de idealismo.

Un discípulo de Parménides, llamado Zenón de Elea (c. 490-430 a. C.), desarrolló ingeniosos argumentos, llamados aporías, para apoyar las tesis de su maestro, en particular para demostrar que el movimiento es lógicamente imposible y por tanto solo puede ser un engaño o una ilusión de nuestros sentidos.  La más famosa de estas aporías es “Aquiles y la tortuga” en la que el atleta “de los pies ligeros” le cede una ventaja inicial a una tortuga en una carrera atlética.

 Al empezar la carrera Aquiles rápidamente llega al lugar que al principio ocupaba la tortuga, sin embargo, hay que notar que por pequeño que haya sido el tiempo que a Aquiles le tomó llegar al punto inicial en que se encontraba la tortuga, en ese pequeño tiempo la tortuga ya avanzó otra pequeña distancia, y que ahora Aquiles deberá llegar a esa nueva posición, pero en ese pequeño tiempo la tortuga habrá, nuevamente, avanzado un poco más.  Repitiendo el argumento llegaremos al hecho de que por mucho que Aquiles corra nunca alcanzará a la tortuga y menos aún la rebasará.

No deja de ser sorprendente en la historia del pensamiento que los humanos vemos innumerables animales y objetos terrestres y celestes sufriendo cambio y movimiento, y al mismo tiempo concluir que este cambio y movimiento es solo una ilusión de los sentidos y que en realidad el movimiento no existe. 

La creencia de que nuestro intelecto es más confiable que nuestros sentidos para alcanzar la verdad no ha abandonado nunca al ser humano. Esto a pesar de los enormes errores cometidos por sostener esta idea.

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