Las universidades públicas han tenido un rol clave en el ascenso social, pues permiten a parte de la población, a la punta de la pirámide escolar, al 4 % de quienes ingresaron a primaria, abrir la puerta de las oportunidades para una mejor vida. 
Guanajuato se caracterizó por décadas, en ser un caso distinto en la composición de la oferta pública, pues esta fue menor que la privada, debido al reducido crecimiento de la Universidad de Guanajuato, por lo que otras instituciones de educación superior, como el ITL y la UTL, debieron cubrir ese hueco para dar oportunidades a miles de jóvenes que buscaban movilidad social.  
Así nació y creció el ITL. Cuentan las crónicas que fue el Presidente Echeverría –de nada grata memoria-, quien recibió en su campaña presidencial, la petición de que hubiera en León un instituto tecnológico, y que la gestión culminó en la apertura de cursos en 1972, década en que la industria del calzado estaba en pleno crecimiento. Se abría en el País la industrialización en productos intensivos en mano de obra como la piel y el calzado y esto requería de ingenieros y técnicos, pues las principales empresas como Emyco y Flexi, los necesitaban.
Así es: el Instituto Tecnológico de León, -también algún tiempo denominado “regional” como muchos del País y que inició incluso con estudios de bachillerato tecnológico-, cumple 50 años de vida en la formación de jóvenes que con una sólida formación académica han transformado sus vidas y han contribuido a hacer grande a la industria del cuero y del calzado. Me decían colegas que han formado a alrededor de 23,000 egresados y sé que, con sus programas de ingeniería y computación, se han insertado en nuevas industrias como la metalmecánica, plásticos, automotriz.
Fui invitado en algunos años a dar charlas al profesorado y a sus alumnos, gozando con el empuje de esta juventud que ha llenado sus aulas y conocer el plantel que tienen al poniente de la ciudad (Plantel II), en una zona que requería de educación superior pública y que por las enormes distancias era complejo trasladarse a la parte oriente de León. Por estas cuestiones de la vida, de articular a instituciones para proyectos de desarrollo tecnológico, constaté las enormes capacidades en las tres áreas que le han dado enorme prestigio: ingeniería industrial, ingeniería electromecánica y computación, que más tarde se complementaron con programas del área administrativa y gestión empresarial.
Tuve la oportunidad de dar una clase en forma honorífica por el 2001 a la primera generación de la Maestría en Ingeniería Industrial cuando se daba el propósito de brincar al posgrado y a los programas de investigación en el área de sistemas computacionales, donde su posgrado ha formado parte del PNPC (Programa Nacional de Posgrados de Calidad) del Conacyt, recordando con cariño a esos masters. Por eso, no podríamos entender a la industria del calzado y sus procesos industriales sin el ITL y sus aportes con su “planta piloto” y el profesorado que conoce como pocos el arte de hacer zapato. Me atrevería a afirmar que, en forma natural, la sinergia con los Conalep y el Ciatec en cantidad de proyectos animados por la CICEG fueron claves para los programas de modernización de la industria desde los años noventa en que se iniciaba la apertura comercial y eran necesario implementar conceptos como la calidad total y la manufactura esbelta, todos en el programa PROCIC. De allí recuerdo la especialización de las “100 horas” que formó a muchísimo personal de nuestra industria.
Traté a muchos Directores del ITL; a algunos les sugería que tramitaran la salida hacia el bulevar Morales y darle agilidad al ingreso y la formación de un Patronato con exalumnos y con empresarios locales, un gran activo de la institución. Conocí a cientos de exalumnos en los posgrados de ingeniería en la Universidad de la Salle Bajío, teniendo ese sello de excelencia. Gestioné con esas autoridades del ITL que nos recibieran temporalmente a egresados de TSU (Técnico Superior Universitario) de la UTL (Universidad Tecnológica de León), en tanto me aventaba la bronca de darles los estudios de licenciatura, que lograríamos poco después.
Recuerdo a directores que tuvieron un enorme empeño en la vinculación industrial, clave para el posicionamiento de la institución, como Ernesto Ramos, Ángel Castro, José Ángel Gámez, el buen Carlitos Aguilera, Rafael Rodríguez y actualmente la estimada Angélica Raya a quien conocí como directora del IPN. Han tenido una planta sólida de profesores que se nutrieron con la docencia y trabajo profesional en el medio privado; a tantos colegas docentes como Carlos, Ricardo, Nohemí, José Luis, gracias por su amor a los jóvenes en esta gran institución con sus 50 años de historia. 

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