La expresión por excelencia del pensamiento es la palabra. Es uno de los dones más maravillosos del ser humano, permite comunicar ideas complejas y sublimes. “Y, en el principio existía la Palabra… Todo se hizo por ella…”
Pero, por desgracia, algunos políticos pretenden sustituir la falta de talento, con una lengua viperina, con léxico pendenciero, propio de los léperos. Recientemente, el presidente del PAN, Lalo López Mares, en un evento para jóvenes, subió a la palestra con gritos destemplados: “Diego Sinhue es el gobernador más chingón de México”; pero, eso fue solo el inicio de su vulgar verborrea, siguió: “En el 2024, nos la va a pelar el Presidente.” ¿Así quería impresionar a los jóvenes? Estos también perciben la pobreza de conceptos, piensan y analizan.
En otro escenario, justo en el recinto parlamentario, siguiendo el estilo pendenciero que suelen adoptar personas sin ideas ni conceptos, la panista Lilly Téllez insultó a los morenistas: “Ustedes no van a votar como perros, por hueso y croquetas, sino como hienas a la espera de las sobras apestosas que les avienta el Presidente, que todo lo pudre”. Por su parte, Rocío Abreu encaraba a la panista, acusándola de ser “una cualquiera” y de haberse “acostado con medio TV Azteca”. ¿A quién le interesa con quién se acuesta Lilly Téllez?
Todo esto trajo un deja vu de la infausta sesión del Domingo de Ramos, en el H. Congreso, cuando diputados de todos los partidos abundaron durante catorce horas en alusiones pendencieras, insultos personales y descalificaciones mutuas, en lugar de debatir lo sustantivo de la Reforma energética que mejorara la ya existente.
Entonces, nunca se escuchó una exposición de motivos, un análisis técnico, o las fortalezas o debilidades de la iniciativa; ¡no! Todo era gritos entre sordos, nadie escuchaba a alguien, no había análisis del tema, pero sobraban epítetos altisonantes, los argumentos eran “ad hominem”, que no “ad rem”; es decir, el debate no era sobre el tema eléctrico, argumentaban sobre el hombre, descalificándose unos a otros. Un viejo truco de la retórica: rehuir el tema y descalificar al hombre. Pocos se distinguieron por la elegancia de sus palabras y propuestas.
Políticos así, son gentes limitadas, sin alcances, nunca de la estatura de un estadista ni de un líder carismático… Para disfrazar su pequeñez, aparecen envanecidos, maldicientes, insuflados por un ego propio de ególatras. Lo anterior y su carencia de lucidez, los obliga a confrontar e insultar a las personas, en lugar de debatir sus ideas y conceptos.
Georg Eickhoff, en su libro El Carisma de los Caudillos, dice que estos hablan desde lo sobrenatural, desde la magia y el espíritu. Por desgracia, muchos políticos de todos los partidos, son carentes de ideas, incapaces de proponer alternativas, solo son capaces de subir al pódium de la vulgaridad, de manera espasmódica y corriente. ¿Pensarán algunos políticos que su carencia intelectual, puede ser disimulada mediante el insulto de la lengua viperina y ganar adeptos?
Los guanajuatenses no olvidan la elegancia de la palabra de políticos, ex gobernadores, como el maestro, Velasco Ibarra; el jurista, Téllez Cruces; el tribuno, Corrales Ayala; el académico, Juan Carlos Romero Hicks; Héctor López Santillana, con su estilo siempre sobrio y sin estridencias; o el carismático y elocuente Miguel Marqués, entre otros distinguidos miembros de la “clase política”; todos ellos, maestros de la retórica y de la distinción en el buen hablar.
Los leoneses privilegiarán candidatos que sepan escuchar, que formalicen sus propuestas, que recojan las de los ciudadanos, que son más importantes que las de los aspirantes, y que logren inspirar confianza, que tanta falta hace; un aspirante afrentoso, lenguaraz, no convencerá, porque no conseguirá el preciado bien de la credibilidad, ni menos aun la anhelada confianza del ciudadano.
El sociólogo alemán Max Weber, planteó que algunas figuras excepcionales habían revolucionado la política mediante la fuerza de la palabra; desde luego que lo anterior, no sería el caso de los políticos de lengua viperina, su personalidad no les alcanza. También, Weber afirmaba que las figuras excepcionales poseían un carisma, un don que los apartaba de los hombres comunes y ordinarios. ¡Qué distante están los léperos de marras, del don carismático de las figuras excepcionales! Deben los políticos asear su lenguaje, hablar menos y escuchar más… Los ciudadanos tienen muchas cosas que decirles y que exigirles.
Los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestro mundo, dice Wittgenstein. Esto significa que un hombre que apenas maneja unas cuantas vulgaridades en un discurso, vive en un pequeño mundo de vulgaridad, carente de prendas intelectuales. El mundo ha tenido grandes oradores, capaces de hablarle a la audiencia con tanto carisma, honestidad y fuerza de la palabra, que han cambiado la Historia…
“Aquel que con su palabra logra influir y conectar con los demás, habrá encontrado el camino hacia la grandeza”: Barack Obama.