Aquellos eran otros tiempos, cuando el PRI arrasaba en las elecciones, era invencible; Vargas Llosa lo llamó: “La dictadura perfecta”. En el mundo lo respetaban dictadores y demócratas, tirios y troyanos, era garante de la paz social y del desarrollo estabilizador. Había dejado atrás lo “Revolucionario”, para asumir lo “Institucional…” 

Pero sus exiguos militantes saben que aquel partido que se soñó glorioso e imbatible, actualmente agoniza, tiene dolencias incurables y pecados imperdonables; de tal manera que priistas de abolengo como Enrique de la Madrid, hijo del ex presidente Miguel de la Madrid, forjador de los gobiernos neoliberales, declaró que el PRI no tiene ya los tamaños para volver por su fuero al gobierno, rumbo a las elecciones del 2024.

Es decir, el aspirante presidencial ya no está considerando que su partido sea el vehículo para conquistar el poder. Como solución, propone una coalición, una masa con la harina del PAN y lo que queda del PRD: “No se plantea un regreso del PRI, lo que se plantea es una alianza de partidos para proponer un mejor rumbo”. Tácitamente claudica de su partido. También dijo que si su partido decide no ir en alianza, él irá con o sin el PRI, y propone a la panista Lilly Téllez como su secretaria de Gobernación: un collage político.  A lo que la Téllez respondió: “El PRI no puede ganar en el 2024”. 

En agosto del 2015 Manlio Fabio Beltrones protestaba como presidente del PRI y decía: “El poder desgasta, pero lo que más desgasta es no poder”. Por desgracia, ya los priistas no pertenecen en exclusiva al Partido Revolucionario Institucional, pertenecen a cualquier engendro que los lleve al poder. Se debaten entre la traición, el doble discurso, la claudicación, el camuflaje y los acuerdos en lo oscurito. El manido soliloquio que utilizan como cliché es: “Salvar a México”; aunque ¿por qué no lo hizo Peña Nieto? El historiador Leopold Von Ranke afirma que “El presente es consecuencia del pasado.”

Lamentablemente la lucha entre los políticos de cuño nacionalista revolucionario, versus los tecnócratas neoliberales, generó una guerra fratricida en la que el partido ya no pudo ser el garante de la paz social. Como consecuencia de lo anterior estalló la Guerra de Chiapas, la muerte de Colosio y el asesinato del presidente del PRI, Ruiz Massieu. Así las cosas, el partido mostró su incapacidad y falta de respuesta para una sociedad dinámica y moderna que lo rebasó. 

Las alianzas deben hacerlas con el pueblo y no en lo oscurito con el mejor postor. Si el Revolucionario sigue disfrazándose, metiéndose bajo la sotana del PAN, nadie podrá identificarlo, desaparecerá en la bruma del anonimato, de la indefinición y la nada, como sucedió con los despojos del PRD. 

El PRI y el PAN son antípodas. El primero nace de la tierra con la que se amasó el barro que dio vida a los caudillos, hombres recios, de piel curtida por el trabajo y el sol, revolucionarios y patriotas; en contraste, el PAN nació entre sábanas de seda, concebido en Monterrey, en las lujosas oficinas del Banco de Londres y México, con la suma de acomodados empresarios porfirianos resentidos con el triunfo de la Revolución, y las bendiciones con agua bendita de la alta jerarquía eclesiástica.

El PRI fue nacionalista, comecuras, masón y liberal, de izquierdas, de derechas y de centro, nacionalizó y privatizó, de acuerdo con las doctrinas económicas internacionales. No perdió el poder con sus acomodos ideológicos, lo perdió cuando dejó de ser el garante de la estabilidad, de la paz social y el desarrollo. Hubo corrupción, impunidad, asesinatos sin resolver como el de Colosio, Ruiz Massieu, el cardenal Posadas Ocampo y la guerra de Chiapas, entre otros. 

Además, la falta de respeto por los gobernadores democráticamente electos, que fueron defenestrados a contentillo por Salinas de Gortari, desmoralizó a las bases priistas. Guanajuato fue víctima del dedazo presidencial con la vergonzosa entronización de Carlos Medina, el gobernador más antidemocrático e ilegítimo de la historia política del estado. También fueron determinantes las fraudulentas y ofensivas fortunas de políticos neoliberales, que desataron la “furius populi.”

Los militantes de un partido se nutren con el poder, es su leitmotiv. Así, los partidos proponen cambiar todo, para que nada cambie… “El poder desgasta, pero lo que más desgasta es el no poder”: Beltrones. El PRI se encuentra ante el dilema de “Ser o no ser”, o meterse bajo la sotana del PAN para sobrevivir de la mendicidad política. 

Pero el viejo Revolucionario podría morir en paz y con dignidad. Ya cumplió con su misión histórica para lo que fue creado: transmitir el poder pacíficamente. “Ganó el PAN, perdió el PRI,” cantaba el presidente Zedillo aquel 2 de julio del 2000. Era el principio del fin del PRI… El presidencialismo firmó su acta de nacimiento, pero también su acta de defunción.

 

MTOP

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *