Recientemente, como si fuera una noticia más sobre la violencia cotidiana que sacude a México, que ya no sorprende a nadie, el periódico Reforma dio cuenta sobre la conducta criminal del cardenal Jean-Pierre Ricard, prelado de la más alta jerarquía en Francia. 
Este confesó que tiempo atrás había violado a una niña de doce años y anunció su retiro. “El cardenal decidió soltar el báculo y abandonar el capelo cardenalicio, a raíz de que un informe de las autoridades revelara una enorme y dolorosa cantidad de abusos sexuales infantiles dentro de la Iglesia católica francesa”: Reforma. 
Los escándalos sexuales de clérigos parecen incontenibles, los crímenes de pedofilia escalan hasta la más alta jerarquía del Vaticano como: el tesorero, cardenal George Pell, el hombre más poderoso de la curia romana, fue sentenciado a 70 años de prisión por cinco cargos de abuso sexual contra menores. Ese tipo de conductas ha dañado la credibilidad de la Iglesia y ofendido al mundo.
Las agresiones a menores son un problema muy arraigado, en donde se han visto involucrados hasta los más encumbrados príncipes de la Iglesia y eso ha lastimado a la sociedad; otro ejemplo, que desnuda a integrantes de la más rancia y alta jerarquía de crímenes contra menores, fue el del encumbrado arzobispo de Edimburgo, Patrick O’Brien, acusado por pedofilia; este escándalo sacudió a la Iglesia católica escocesa. Los esfuerzos del Papa para erradicar los abusos a menores, pareciera que no han dado resultado alguno.
Pero ¿cómo pensarán detener esta pandemia de abusos a menores? Es una pregunta a la que no han dado respuesta. El crimen no está en la homosexualidad, ni su práctica entre adultos; sino, en los ataques a niños: la pedofilia. El asunto no es nuevo, la diferencia estriba en que en la actualidad se denuncia y se publica, lo que antaño era imposible. Poniendo los ojos en blanco, prendiendo veladoras y pidiendo perdones, no van a cambiar las aberrantes conductas. Los ciudadanos del mundo exigen castigo, prevención y un buen manejo de los casos de abuso sexual, porque darían confiabilidad y credibilidad a la Iglesia.
El matrimonio sería uno de los caminos para disminuir esa pandemia. El celibato no es un dictado divino, es una imposición de orden económico, que trae como consecuencia la represión del cuerpo, al punto que exacerba la neurosis, con altos costos sociales. En 1961, el benedictino belga Gregorio Lemercier planteaba una solución: el psicoanálisis para desvelar las verdaderas razones que llevaban a un individuo a renunciar al mundo terrenal para servir a Dios. 
Las razones de Lemercier eran muchas y válidas. Él sostenía que un alto porcentaje de monjes y clérigos no tenían una verdadera vocación monacal, sino que se refugiaban en el monasterio y seminario para escapar del mundo, en el que no podían vivir por diversas razones, parte de ellas debidas a problemas emocionales, inseguridades y tendencias homosexuales. 
Además, afirmaba que el psicoanálisis podía lograr esclarecer el porvenir de una ilusión y dar luz sobre la verdadera opción, el llamado de la espiritualidad, o integrarse a la vida mundana, con la certeza de una elección vocacional clara y contundente; inclusive, podrían clarificar las tendencias sexuales de los aspirantes a servir en la Iglesia. Para el benedictino, era reconfortante ver cómo el psicoanálisis había resuelto conflictos y tensiones de sus monjes. 
Poco después, cuando Lemercier dio a conocer en el Concilio Vaticano II sus trabajos sobre el psicoanálisis, los ultramontanos conservadores se escandalizaron, se les erizó el cabello y consideraron herético y sacrílego cuestionar la autenticidad del llamado de Dios. Le ordenaron detener todo, guardar silencio… La ofensiva creció y el Santo Oficio lo sometió implacablemente a no pensar. 
Si los ultramontanos y soberbios príncipes de la Iglesia no se hubiesen opuesto al innovador método del psicoanálisis, para hacer aflorar las realidades ocultas en el inconsciente de los que creen escuchar el llamado de Dios, muchos problemas que hoy padece la sociedad a causa de un error vocacional sacerdotal se hubiesen evitado: como la pedofilia, la práctica de una falsa vocación, la frustración, la neurosis, el sufrimiento…
Ya a mediados de los años cincuenta, Sergio Méndez Arceo, el obispo rojo de Cuernavaca; Miguel Darío Miranda, arzobispo primado de México y Gregorio Lemercier, habían denunciado ante el Vaticano a Marcial Maciel por actos de pedofilia, lo que dio lugar a la suspensión temporal de este, de 1956 a 1958. Lo anterior, confirma que Roma mintió, pues estaba perfectamente enterada del comportamiento delictivo de Maciel. Si a este lo hubieran psicoanalizado, habrían aflorado las realidades ocultas de su verdadero yo de pedófilo psicópata y su auténtica vocación de farsante: hacer dinero.
“Herejía es otro término contra la libertad de pensamiento:” Graham Greene

Fuentes:  Revista Proceso
Gutiérrez Quintanilla, Lya, Los Volcanes de Cuernavaca: Sergio            
Méndez Arceo, Gregorio Lemercier, Iván Illich, Ed. Pax-Méxic.
 

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