A López Obrador lo gobiernan su ego y su odio. Por eso él no gobierna al país.
Su ego no pudo soportar la derrota política que significó la megamarcha del domingo, así que primero trató de minimizarla y ahora intentará superarla echando mano de todo su poder y todos los recursos del presupuesto público (en su carrera ha recibido más de 17 mil millones de pesos para hacer política) para marchar el 27 de noviembre y rematar en el Zócalo con un informe de gobierno más.
El doctor Freud estaría fascinado. López Obrador no sería para él un paciente, sería un festín. Un hombre de tanta experiencia, con tanta edad, tanto poder y tanta popularidad, incapaz de controlar el apetito adolescente: “Yo la tengo más grande”.
Cuando uno ve y escucha al Presidente de México convocar a su marcha, primero da pena ajena. Pero luego, cuando uno se da cuenta de que el hombre más poderoso del país no puede procesar política, administrativa ni psicológicamente una manifestación en su contra, se pasa de la pena ajena a la franca preocupación, y se despiertan todas las alertas: ¿hasta dónde es capaz de llegar un hombre así?
El Mandatario mexicano se comporta como un populista de libro de texto. Es Trump, es Bolsonaro, es Putin. Así han reaccionado en momentos críticos cuando la pluralidad y la democracia se les ponen enfrente, y al hacerlo ¿poderosos que son? han puesto a sus países en riesgos antidemocráticos, golpistas y dictatoriales, respectivamente.
En su larguísima lista de obsesiones, odios y rencores, el INE es el seleccionado para pagar la factura del fraude electoral del que AMLO se ha venido quejando desde el año 2006. Por su voraz impulso de destruir al INE, incluso el gobierno de Estados Unidos ya levantó las cejas y mandó a un vocero del departamento de Estado a enfatizar la importancia de las autoridades electorales independientes.
Ese ego y ese odio está siendo gasolina pura para el movimiento defensor del INE, para la oposición al régimen. El presidente no parece darse cuenta de que cada que se exhibe gobernado por su ego y su odio, un pedazo de la sociedad decide darle la espalda y arrinconarlo en el baúl de los casos perdidos.
Tanto que pudo ser, tan poquito que fue.