A poco más de dos meses del asesinato de la joven Mahsa Amini, Irán se ha sumido en una oleada de protestas sociales diarias en defensa de los derechos de la mujer y contra la represión incesante del régimen de los ayatolás. A pesar del apagón informativo decretado por el Gobierno iraní, las cifras que manejan organizaciones internacionales apuntan a más de 300 muertos en los disturbios, entre uno y cinco condenados a muerte y una cifra desorbitada de detenidos, entre los 15.000 y los 17.000.

La muerte de Amini el pasado 16 de septiembre en una comisaría de Teherán, tras ser acusada de no llevar el velo islámico bien puesto fue el detonante que rebeló a una población muy joven contra la impunidad de las fuerzas de seguridad iraníes. Desde entonces, miles de ciudadanos se lanzan a las calles diariamente en una protesta que desafía a la maquinaria represiva del régimen tanto en la vía pública o las estaciones del metro como en recintos deportivos y centros universitarios. El rechazo al velo exigido por la legislación iraní se ha convertido en un símbolo de resistencia civil no solo en manifestaciones sino en el quehacer diario de muchas mujeres.

El desafío provoca especial nerviosismo en las autoridades islámicas, como demuestra el trato recibido por la deportista Elnaz Rekabi, retenida e incomunicada a finales de octubre tras participar en una competición internacional de escalada con el pelo descubierto. No es la única figura del deporte iraní objeto de la ira oficial. El futbolista del Bayer Leverkusen Sardar Azmoun ha sido especialmente activo en su condena del asesinato de Amini y jugará el polémico Mundial de Qatar únicamente porque el seleccionador nacional, el portugués Carlos Queiroz, se ha negado a ceder a las presiones del Gobierno para desconvocarlo.

Además del elevado número de muertos, entre los que se encuentra la escalofriante cifra de 43 menores de edad, según Iran Human Rights, preocupa la situación de incertidumbre y total desinformación sobre miles de detenidos. Entre los detenidos figuran los españoles Ana Baneira y Santiago Sánchez, ella por participar en las protestas y él por visitar la tumba de Amini, un lugar convertido en auténtico epicentro de un potente movimiento contra la dictadura apenas sin organización ni estructuras de apoyo.

En este contexto resulta decepcionante la débil e insuficiente presión internacional para respaldar unas protestas que reclaman algo tan básico como la libertad de las mujeres. Las iraníes están capitaneando un movimiento que desafía a un régimen autoritario y están pagando de forma dramática las consecuencias. Merecen un esfuerzo más eficaz y contundente de la comunidad internacional para que su legítima aspiración no termine ahogada por un sistema en el que no cuentan como ciudadanas de pleno derecho.

 

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