Hace unos días, en una nota de esas rápidas que suelen ahora llegar a mi vida, leí que Pablo había muerto. Un escozor entró en mi alma, sacudiendo los recuerdos, sin prisas llegaron las notas memoriosas: Yo no te pido, que me bajes una estrella azul, solo te pido que tu espacio llenes con tu luz y ahí sin apurar al tiempo, estaba esa jovencita, llena de ilusiones, con un corazón abierto para entregarse sin firma a la vida, sin necesidad de entintar papeles -grises dice Pablo-. Quizá, eso solo pasa, cuando uno nace del más puro sentimiento: el llamado amor. 

Salté sin demora, decidí subir el sonido para sentarme un ratito con la Nacha, con Silvio, Nicho, Aute,  Fernando, Virulo,  Fito, William, mi fino brillante inspirador Mercedes,  Facundo, Amaury, inolvidable Violeta,  Filio,  Oscar, Alberto,  con Pancho y su Señora cantamos a gusto, sin trabas,  cada uno con sus distancias,  desde mis cercanías, como se habla con aquellas voces que solo tienen letras y sonidos, donde se aprende a  vibrar  sin desgastar suelas,  más sí recorriendo caminos de esos  que vuelan a punta de  suspiros, caminos  que se marchitan en las almohadas con #vayaustéasaber cuántas lágrimas que alberga el sentimiento o de esas que ruedan,  por la desilusión de una efímera mariposa, o como en mi caso: perdiéndome en la angustia de buscarme y no encontrarme.

Escribiendo, me miré redactando prematuros epitafios sobre la humedad de la arena, para que los encajes del mar borraran las angustias del desandar caminos: sin salidas, como muros; y, después premonitoria alzar desentonado acento: destruiré los mitos, que he formado de uno en uno, pensaré en tu amor para preguntar ¿Qué gloria te tocó, qué ángel te amo?  Entonces, al cantarla renacía, como lo hago cuando escribo, quizá para preguntarme ¿será que eres el amor de mi vida? O, que yo cambie, no es extraño #vayaustéasaber. 

Les mandé unas letras a las de siempre, esas que sé dónde andan y que saben, cuál es mi calle de correr, ellas, las que reconocen que no hay risa sin llanto, para darles la noticia de que este poeta, decían, ya no estaba entre los vivos. Más al escribirles, con todos estos retazos y tanto jolgorio adentro, pude escuchar que quien llega tan íntimo no muere, esto es -me dije- puritita inmortalidad. Por eso me puse a escribir para ti este artículo, para darte las gracias por tomarte tiempo de vida en estas letras que puse en este año de dos caminos, bifurcaciones e indecisiones, de tropiezos con reflexiones.  Un año, donde cada quién sabe qué sabores, olores más tantos colores agarró al paso; por eso como diría otro inmortal, me despido del año, de ti, de ustedes, de los que conozco, de los que sólo leo cuando no les gusta lo que pongo. Agradezco a la vida, a mis padres, mis maestros, mis amores, los anhelos que pusieron letras en mi boca y tintas en mis manos y a ti, que de vez en cuando te asomas para decirme: vieras como me gusta lo que escribes, me hace bien.

Concluyo así este año, nos vemos en el 2023, que se reduce a los días perfectos, en la esperanza que me grita confianza de que el próximo, por supuesto será mejor; pues nuevos, mayores e ignotos retos nos dará la vida. Podremos así desde la maravilla del asombro romper el asfalto con ideas, dejaremos atrás trabas falseadas, por los densos humos y quizá ¿porque no? dar en ese siete, nuestra mejor versión antes de sumergirnos a la desembocadura del gran río llamado inmortalidad para encontrar a los amigos de ayer ¡Felices fiestas!

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