México es el país de las dos marchas. Una del gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador y la otra de la oposición. Y por más que ambas marchas sean criticadas, descalificadas y hasta negadas, la realidad está ahí. Las dos se realizaron, las dos atrajeron a decenas de miles de simpatizantes y más vale que nos vayamos acostumbrando a estas contradicciones porque este es el México de principios del siglo XXI.
Empecemos con la marcha del pasado domingo 27 de noviembre. No cabe duda que AMLO es un Presidente sumamente popular. Una reciente encuesta de Reforma puso a 61 por ciento su nivel de apoyo y a 33 por ciento sus cifras de desaprobación.
Más de 30 millones de mexicanos votaron por él en el 2018, y la marcha y las encuestas indican que tiene una base sólida y guerrera. AMLO ha logrado posicionarse como el Presidente de los que no fueron escuchados ni atendidos por décadas. “No somos iguales”, suele decir. Y aunque muchos de sus grandes proyectos son cuestionados -desde el Tren Maya y un aeropuerto mínimamente usado hasta la falta de seguridad y las muertes excesivas por el COVID-19- su narrativa, reforzada diariamente en sus conferencias de prensa, lo ha colocado como líder de las mayorías. Por ahora tiene las encuestas de su lado, aunque no los resultados.
Hay una foto impresionante en The New York Times en la que López Obrador aparece en medio de la marcha en el Paseo de la Reforma en la Ciudad de México, con el sol en la cara, sin aparente círculo de guardaespaldas y rodeado por miles de personas. En un país tan políticamente violento como México, ese fue un valiente desafío y una prueba de que “el pueblo” -como él se refiere a sus partidarios- lo cuida y lo protege. Tenemos que reconocer, efectivamente, que hay pocos líderes en el mundo que se hubieran atrevido a hacer algo parecido.
AMLO es un Presidente fuerte. Ya Octavio Paz nos advertía en su laberinto sobre “el culto al líder” entre los mexicanos. López Obrador controla en sus mañaneras la agenda del país -saltándose con las “benditas redes sociales” a los medios tradicionales-, controla al Congreso -donde tiene mayoría- y controla al Ejército y a la Guardia Nacional. Pero, contrario a los viejos y autoritarios presidentes priístas, AMLO está sujeto a las críticas y limitaciones de la nueva democracia mexicana. AMLO no puede hacer todo lo que se le pega la gana, como lo hicieron Luis Echeverría o Carlos Salinas de Gortari, por poner dos ejemplos.
Y esto nos lleva a las marchas de la oposición del domingo 13 de noviembre. Fueron igualmente impresionantes. Decenas de miles de mexicanos -quizás muchos más- se reunieron libremente en una treintena de ciudades para demostrar su oposición al régimen y en defensa de la democracia. El objetivo inicial era proteger al INE de la interferencia del Presidente y de Morena, su partido. Pero culminó siendo una demostración de civismo y patriotismo.
Estoy convencido de que millones de mexicanos, a quienes tanto les costó conseguir un sistema democrático, no van a volver a permitir que una sola persona determine los destinos de todo el país. Ya tuvimos suficiente con los tres siglos de dominio español, con la dictadura de Porfirio Díaz y con los 71 años del PRI.
Nunca más
AMLO dejará una muy preocupante herencia, con un país militarizado y más muertos que cualquier otro gobierno en este siglo. López Obrador ha fallado en su principal obligación: proteger la vida de los mexicanos. Desde que tomó posesión, según cifras oficiales, han sido asesinados más de 131 mil mexicanos.
Este es, pues, el México que tenemos.
Violento. Dividido. Polarizado. Ciego hacia la otra mitad. Con los extremos y sus líderes incapaces de conversar civilizadamente con sus oponentes. Y esto no nos va a llevar a ningún lado.
México, como lo veo, tiene dos grandes retos: reducir de manera efectiva la violencia y las enormes desigualdades sociales que tiene el país. Creo que, en esos dos puntos, todos podemos estar de acuerdo, independientemente de partidos políticos o posiciones ideológicas.
Cuando juega la Selección Nacional -aunque fracase como en Catar- todos nos ponemos la camiseta verde. Es decir, sí hay espacios para compartir. Y espero que algún día todos podamos participar en una sola marcha.
@jorgeramosnews